Jesus dio su vida como un sacrificio a Dios
por nosotros para salvarnos del pecado
y con su sangre compro a personas no para el para Dios
(Lucas 1:77) para darle a su pueblo el conocimiento de la salvación mediante el perdón de sus pecados
Jesús dijo:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas’
porque limpian el exterior de la copa y del plato,
pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación.
Fariseo ciego, limpia primero el interior de la copa y del plato,
para que su exterior también quede limpio.” (Mat. 23:25, 26)
A los fariseos se les había desviado de modo que creían que
la impureza se adquiría por contacto
con alguna fuente externa de contaminación.
Jesús declaró que la verdadera fuente de la impureza es interna.
En otra ocasión aclaró aún más el asunto al decir enfáticamente:
“‘¿No se dan cuenta de que
nada que de fuera entra en el hombre puede contaminarlo,
puesto que no entra en su corazón,
sino en sus intestinos, y sale a la cloaca?’*.*.*.
Además dijo: ‘Lo que procede del hombre
es lo que contamina al hombre; porque de dentro,
del corazón de los hombres,
proceden razonamientos perjudiciales:
fornicaciones, hurtos, asesinatos, adulterios,
codicias, actos de iniquidad,
engaño, conducta relajada, el ojo envidioso,
blasfemia, altanería, irracionalidad.
Todas estas cosas inicuas
de dentro proceden y contaminan al hombre.’”—Mar. 7:18-23.
A los ojos de Dios la verdadera fuente de la impureza es el pecado que el hombre ha heredado. (Job 14:4; Sal. 51:5; Rom. 5:12) Ninguna cantidad de lavados rituales ni de otros actos piadosos pueden limpiar al individuo de la contaminación que se debe al pecado. Solo el arrepentimiento y el poner fe en el arreglo de Dios para la cancelación de los pecados por medio de Jesucristo pueden lograr el perdón y la salvación. (Hech. 4:12) Por eso Zacarías, padre de Juan el Bautista, profetizó que Dios estaba a punto de “dar conocimiento de salvación a su pueblo,” no por medio de librarlos de una nación enemiga, sino “por el perdón de sus pecados.”—Luc. 1:77.
A los fariseos no les agradaba aquel mensaje, puesto que ‘confiaban en sí mismos de que eran justos y consideraban como nada a los demás.’
(Luc. 18:9, 10)
9 También les planteó la siguiente comparación
a algunos que confiaban en su propia justicia
y pensaban que los demás no*eran nada.
10 “Dos hombres subieron al templo a orar:
uno era fariseo y el otro cobrador de impuestos.
LO QUE YO ENSEÑO NO ES MIO
PERTENECE AL QUE ME ENVIO” (Juan 7:16.)