El espíritu de Dios actúa como “ayudante” de la congregación. Como había prometido, Jesús solicitó a su Padre el espíritu santo o fuerza activa cuando ascendió al cielo, y Dios le concedió la autoridad de usar este espíritu. Lo ‘derramó’ sobre sus fieles discípulos en el día del Pentecostés, y siguió derramándolo después en favor de quienes se volvían a Dios por medio de él. (Jn 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7; Hch 1:4, 5; 2:1-4, 14-18, 32, 33, 38.) Tal como habían sido bautizados en agua, entonces todos ellos eran “bautizados para formar un solo cuerpo” por ese solo espíritu, sumergidos en él, por decirlo así, en cierto modo parecido a un pedazo de hierro que es sumergido en un campo magnético de modo que se imbuye de fuerza magnética. (1Co 12:12, 13; compárese con Mr 1:8; Hch 1:5.) Aunque el espíritu de Dios había actuado antes sobre los discípulos, como lo prueba el que pudieran expulsar demonios (compárese con Mt 12:28; Mr 3:14, 15), entonces actuaba sobre ellos de una forma más amplia y extensa y de maneras nuevas que no se habían experimentado antes. (Compárese con Jn 7:39.)
Como rey mesiánico, Cristo Jesús tiene el “espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y de poderío, el espíritu de conocimiento y del temor de Jehová”. (Isa 11:1, 2; 42:1-4; Mt 12:18-21.) Esta fuerza a favor de la justicia se manifiesta por cómo se vale Jesucristo de la fuerza activa o espíritu de Dios para dirigir a la congregación cristiana en la Tierra, siendo él, por nombramiento de Dios, su Cabeza, Dueño y Señor. (Col 1:18; Jud 4.) Este espíritu, o “ayudante”, amplió su entendimiento de la voluntad y propósito de Dios y les reveló el significado de su Palabra profética. (1Co 2:10-16; Col 1:9, 10; Heb 9:8-10.) Se les activó para servir como testigos en toda la Tierra (Lu 24:49; Hch 1:8; Ef 3:5, 6), y se les concedieron ‘dones del espíritu’ milagrosos que les permitieron hablar en lenguas extranjeras, profetizar, sanar y realizar otras actividades que les facilitarían su proclamación de las buenas nuevas y demostrarían que Dios los había comisionado y que contaban con su respaldo. (Ro 15:18, 19; 1Co 12:4-11; 14:1, 2, 12-16; compárese con Isa 59:21; véase DONES DE DIOS [Dones del espíritu].)
En calidad de superintendente de la congregación, Jesús utilizó el espíritu para dirigir la selección de hombres que habrían de cumplir misiones especiales y servir en la superintendencia, la enseñanza y el “reajuste” de la congregación. (Hch 13:2-4; 20:28; Ef 4:11, 12.) Los dirigió y les indicó dónde concentrar sus esfuerzos ministeriales (Hch 16:6-10; 20:22), e hizo que fuesen escritores eficaces de ‘cartas de Cristo, inscritas con el espíritu de Dios sobre tablas de carne, corazones humanos’. (2Co 3:2, 3; 1Te 1:5.) Tal como se les prometió, el espíritu refrescó su memoria, estimuló sus facultades mentales y les dio denuedo para dar testimonio hasta delante de gobernantes. (Compárese con Mt 10:18-20; Jn 14:26; Hch 4:5-8, 13, 31; 6:8-10.)
Se les transformó en “piedras vivas” de un templo espiritual cuyo fundamento es Cristo, un templo por medio del cual se harían “sacrificios espirituales” (1Pe 2:4-6; Ro 15:15, 16), donde se cantarían canciones espirituales (Ef 5:18, 19) y en el que Dios residiría por espíritu. (1Co 3:16; 6:19, 20; Ef 2:20-22; compárese con Ag 2:5.) El espíritu de Dios es una fuerza unificadora de enorme poder y, siempre que los miembros de la congregación permitieran que fluyera con libertad entre ellos, les uniría pacíficamente en los lazos de amor y devoción a Dios, a su Hijo y unos para con otros. (Ef 4:3-6; 1Jn 3:23, 24; 4:12, 13; compárese con 1Cr 12:18.) El don del espíritu no los capacitaba para hacer trabajos de artesanía, como había sido el caso de Bezalel y otros que fabricaron estructuras y utensilios materiales, sino que los capacitaba para obras espirituales de enseñar, dirigir, pastorear y aconsejar. El templo espiritual que ellos formaban tenía que estar adornado con los hermosos frutos del espíritu de Dios: “Amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe”, que, junto con otras cualidades similares, eran prueba de que el espíritu de Dios actuaba en ellos y entre ellos. (Gál 5:22, 23; compárese con Lu 10:21; Ro 14:17.) Este era el factor básico y principal que produciría orden y buena dirección entre ellos. (Gál 5:24-26; 6:1; Hch 6:1-7; compárese con Eze 36:26, 27.) Se sometieron a la ‘ley del espíritu’, una fuerza eficaz en favor de la justicia que obraría para rechazar las prácticas de la carne pecaminosa. (Ro 8:2; Gál 5:16-21; Jud 19-21.) Confiaban en la energía del espíritu de Dios que actuaba en ellos, no en sus aptitudes o antecedentes. (1Co 2:1-5; Ef 3:14-17; Flp 3:1-8.)
El espíritu santo ayudó a llegar a decisiones sobre diferentes cuestiones, como la de la circuncisión, decidida por el cuerpo o concilio de apóstoles y ancianos de Jerusalén. Pedro dijo que a las personas incircuncisas de las naciones se les había concedido el espíritu, Pablo y Bernabé relataron las actuaciones del espíritu en el ministerio que efectuaron entre tales personas y Santiago, a quien el espíritu santo debió ayudar a recordar pasajes de las Escrituras, llamó la atención de ellos a la profecía inspirada de Amós, en la que se predecía que personas de las naciones serían llamadas por el nombre de Dios. Por lo tanto, todo el impulso del espíritu santo de Dios señalaba en una dirección, así que, en reconocimiento de ello, este cuerpo o concilio dijo al escribir la carta que transmitía su decisión: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias”. (Hch 15:1-29.)