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La vida de Crisanto Hernández depende del clima.
Y eso significa que no habrá suficiente comida, porque la gente de este pueblo vive de lo que siembra.
Es el caso de Crisanto Hernández de la Cruz, campesino de 53 años de edad.
Su familia se alimenta de tortillas de maíz, frijoles y chiles que ellos cultivan. Vive en una choza construida con troncos de árbol y techo de lámina.
¿Podrá México terminar con el hambre?
Crisanto gana 33 pesos al día, menos de US$2, que de nada sirven cuando el mal clima perjudica a sus cosechas.
"A veces me da coraje, yo no me he portado mal, por qué el viento me trató así", se pregunta.
"No pienso dejar de estudiar"
Cada vez que visitan a sus padres, Marisol Rivera Huitrón y su hermana caminan más de seis horas.
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Marisol no piensa dejar la escuela... por ahora.
No viven con ellos. El papá decidió que debían estudiar pero como en el caserío El Platanar donde nacieron no hay ninguna escuela, las envió a la cabecera municipal de Nocupétaro, Michoacán.
Marisol tiene 16 años y su sueño es convertirse en masajista y ayudar a las personas que se lastiman.
Para comprar el uniforme de su escuela sus padres, campesinos que cultivan maíz dos veces al año, tuvieron que vender dos chivos.
Todo para que siga en la escuela. "No he pensado dejar de estudiar", dice la adolescente. "Quien sabe ya más adelante".
Médico ausente
Dos de los hijos de Rosendo Mayagua Flores están enfermos desde que nacieron, pero nunca le dijeron cuál era su padecimiento.
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En 15 años ningún médico ha visitado a los hijos enfermos de Rosendo Mayagua.
Hace 15 años que un médico no visita su choza en la comunidad de Axoxohuilco, municipio de Mixtla de Altamirano, Veracruz.
El campesino de 40 años de edad vive de sus cultivos de maíz y sólo puede viajar al centro del municipio cuando tiene dinero.
El pasaje le cuesta 60 pesos, unos US$3,4. Lo que más quiere es "tener un carro" para moverse y llevar a sus hijos enfermos a misa.
El boxeador
Cuando vivía en México Ramiro Rivas Cova era boxeador. Hoy comparte una tienda de campaña en una calle de Los Ángeles, California.
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Ramiro Rivas se sorprende de vivir en las calles de Los Angeles.
Hace un año que vive en la calle porque a sus 62 años de edad no encuentra trabajo, ni siquiera en los empleos mal pagados que se ofrecen a los indocumentados en Estados Unidos.
Es una más de los 12.000 personas sin hogar que hay en esa ciudad estadunidense.
A veces Ramiro no cree estar en Estados Unidos. "Miro los árboles los edificios y digo, oh, será que estoy en Los Ángeles".
Por ahora su mayor deseo es "volver al box, seguir tirando golpes".
Coyotes
Si llueve hay cosechas en la comunidad El Sacrificio, municipio de Calakmul, Campeche.
Sin embargo, hace dos años que no cae agua, dice Isidra Pérez Martínez, y los cultivos resultaron afectados.
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Los intermediarios afectan a Isidra Pérez.
Pero ese es una parte del problema. La otra son los intermediarios -conocidos como "coyotes"- que compran los productos, especialmente fresas, a cinco pesos por kilo, la tercera parte de un dólar.
En los mercados la mercancía se ofrece a 30 pesos el kilo.
El dinero no alcanza. "No es fácil, es con puro esfuerzo que tenemos que hacerlo", insiste.
Los ingresos de la familia alcanzan para que cada uno sobreviva con 4 pesos al día, la cuarta parte de un dólar
La tristeza de ser pobre
Agustina Joaquín Toribio vive en un terreno llamado Paraje Tempiluli, en la delegación (municipio) de Tláhuac en Ciudad de México.
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Agistina Joaquín, la más pobre de Ciudad de México.
Durante varias décadas trabajó como empleada doméstica, pero ahora ya no puede.
Se dedica a cuidar a sus hijos y nietos con quienes comparte una choza en el predio irregular, al sur de la capital mexicana.
Aunque existen programas gubernamentales para ayudar a personas en su condición, ella no tiene acceso.
La razón es que no tiene forma de demostrar donde vive.
Agustina y su familia comen poco, lo que alcanza con el dinero que consiguen.
"Es triste ser pobre", dice.
Un peso al día
Antonio López Velasco tiene 78 años de edad. Es campesino, cultiva maíz después de que una plaga devastó sus cafetales en 2014.
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Antonio López tiene 29 hijos.
Lo mismo ocurrió con sus vecinos de San Juan Cancúc, Chiapas, uno de los municipios más pobres del país.
Desde entonces Antonio vive del subsidio de programas oficiales, que le representan un ingreso de 1.600 pesos cada dos meses, unos US$91.
Con ese dinero viven López Velasco y sus 29 hijos. En promedio cada uno tiene un peso al día para cubrir sus necesidades.
Para "engañar" al hambre, Antonio y su familia beben pozol, una bebida de maíz fermentado.
Sin futuro
Esperanza Bolaños Méndez cuida su casa construida con trozos de madera, donde cocina en un horno de leña.
Hace 11 años que no ve a dos de sus hijos que emigraron a Estados Unidos.
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Esperanza Bolaños entiende la migración de sus hijos.
La mujer y su hijo menor se quedaron en San Miguel Eloxochitlán, el municipio más pobre de Puebla.
Se enfermó por la ausencia de los jóvenes, pero después entendió que "es por bien de ellos".
Cuando vivían en el pueblo sólo comían "frijolitos hervidos" y tortillas.
Era difícil comprarles sus cuadernos para la escuela y por eso se fueron.
Esperanza tardó varios años en aceptarlo. "Aquí no se va hacer nada", dice.
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