[EL DIOS EMOTIVO, comentario 135]
En este punto, tomando en cuenta la expresión “ehyéh aschér ehyéh” (llegaré a ser lo que yo quiera) y el vocablo “Yahveh” (proveniente del verbo “hawáh”: llegar a ser), empezamos a comprender que el nombre divino “Yahveh” obedece más bien a una expresión que en español podría traducirse aproximadamente así: “Él hace (o actúa para) que llegue a ser”. Pero, cabe la pregunta: ¿qué es lo que llega a ser? La respuesta parece encontrarse en la misma esencia del mensaje sagrado, y repartida a lo largo de toda la Biblia. El Génesis, el primer libro sagrado, narra la caída en el error de los primeros humanos y el consiguiente desequilibrio que se introdujo en la sociedad antrópica y en toda la biosfera; pero también contiene la promesa de una descendencia que actuaría como libertadora; es decir, Yahveh “hizo que llegara a haber” una esperanza futura para la humanidad caída por medio de la descendencia de Abrahán. Ésa era una parte del propósito divino, y por tal motivo libertó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, ya que eran la descendencia de Abrahán. Por lo tanto, actuó de liberador del pueblo hebreo: “hizo de sí mismo un libertador”. Posteriormente, Jesucristo llamó “Padre celestial” de sus seguidores (los cristianos) a Yahveh, de donde se infiere que, en este caso, Yahveh “hizo de él mismo un padre amoroso y protector”. Si somos perspicaces, nos daremos cuenta de que con estas actuaciones Dios aparece en el relato sagrado como un Ser amoroso y polifacético, que asume distintos roles o papeles bienintencionados: un Dios con una amorosa personalidad polifacética o facetaria.