¿Qué tal el segundo debate?

¿Lo vieron?

Fue mucho más «sentimental», pero, a su vez, mucho más equilibrado.

Un Trump mucho más tranquilo, con un tono mucho más suave y con gesticulaciones mucho menos marcadas. Si bien sus propuestas siguen siendo un asco, y su incapacidad para responder preguntas directas es evidente, trató de proteger -y lo logró- su talón de Aquiles -mi talón-: su explosivo temperamento.

Es difícil -si no imposible- detallar los «cómos» en un debate; se enuncian algunas propuestas, se confirman los postulados, y, lo más importante, se ataca y humilla al oponente. Los debates se han convertido, básicamente, en un espacio para ventilar los tropezones del otro. Quien haya sido capaz de capitalizar con mayor efectividad los errores del oponente, es quien se lleva el encuentro. Para este debate, creo que Hillary no supo capitalizar las recientes declaraciones de Donald Trump. Empezó bien, Hillary optó por tratar de debilitar a Trump desde el comienzo, con la mención de sus más recientes desatinos, pero no logró el efecto deseado, permitió que Trump nivelara el terreno demasiado rápido. Lo de Bill Clinton fue un golpe bajo, y se notó; pero lo que definitivamente la mandó a la lona, fue la amenaza de encarcelarla. Trump ha sabido capitalizar muy bien eso de los correos.

Trump siempre ha ofrecido mucha tela que cortar; demasiada, diría yo. Llegó con puntuación negativa al debate, Hillary debió rematarlo, no lo hizo.

Yo le hubiera preguntado a Trump: ¿Oiga, usted votaría por un sujeto que hubiera abusado de su hija de la manera en que usted, según contó, abusa de una mujer?

Es un sujeto visceral, y a esos se les golpea encendiendo sus ánimos. Tanta adrenalina les nubla el pensamiento. En fin.