Hola Estrella, dejo acá algo que había leído hace días y me encantó, ya por ahí lo había posteado no recuerdo dónde pero lo vuelvo a traer. Se llama "Tres minutos":
Sentado en la silla, el monitor en frente, girando la cabeza a un costado y a otro, a su derecha el calendario tributario que le recuerda que hasta el lunes es 2 y que por lo tanto hasta el lunes puede comenzar a trabajar en el cierre de mayo; a su izquierda dos hojas de papel pegadas con cinta adhesiva, en una el cronograma del primer semestre que ya de nada sirve y en la otra los tipos de cambio de los últimos meses.
‒ El año pasado fue diferente – piensa – apenas y se movió y ya este año…
Se interrumpe viendo los montos y los meses de la hoja y su nuevo pensamiento gira en torno al papel con las fechas:
‒ Ya de nada sirve.
Un leve consuelo le llena el alma. Se descubre pensando en cuan eficaz y eficiente fue a la hora de hacer cumplir ese cronograma que… que ya de nada sirve. Pero sí sirve, es el recuerdo de su eficiencia y su eficacia y acaso como trofeo permanece triunfante en la vitrina que no es otra cosa que una pared de vidrio de media altura que forma su cubículo, una pared a la derecha y otra a la izquierda y como barrera frontal su escritorio, lleno de papeles, papeles dispuestos de tal forma que provocan la sensación de estar en desorden, mas no lo están, no están ni siquiera en desacomodo, están en perfecta armonía. Vuelve a girar la cabeza a la derecha.
‒ Este lunes es 2 y el próximo 9. Es su cumpleaños – piensa – y… ya no me duele el cuello, no tanto.
Un estrépito de metal chocando suena en su cabeza, cierra los ojos momentáneamente, casi un parpadeo, y ve latas haciéndose una en un instante y volviendo a separarse en el otro, se lleva las manos a la cabeza, el mismo estrépito resuena, abre los ojos… una lágrima. No quiere parpadear. Otra lágrima. El nudo en la garganta.
‒ Otra vez no ‒ Piensa mientras se repone.
Cosa de segundos fue esa sensación, cosa de segundos que se viene repitiendo desde hace días: estruendos en su cabeza; amalgamas de metal hechas a la fuerza, sin fundir; el cuerpo viajando a gran velocidad, girando, descontrolado. Y el sonido y el metal y el movimiento brusco y las lágrimas y luego como en un pestañeo todo desaparece y sólo quedan unas lágrimas y un efímero dolor de cuello que se percibe hoy menos que ayer y se evidencia en ese girar de cabeza a izquierda y a derecha.
‒ No tanto ‒ Se repite a si mismo ya con las manos nuevamente en el teclado. Las manos prestas y la mente dispuesta a dar respuesta a ese correo electrónico en que le solicitan explicar la razón del impago de dos proveedores.
‒ Buenos días. En el flujo pre-aprobado para las próximas tres semanas no se aprobó el pago a… ‒ El sonido de su teléfono lo interrumpe en su redacción. Se levanta un poco del respaldar de su silla para mirar la pantalla de su teléfono mientras piensa con gran determinación que al igual que las anteriores cuatro llamadas, ésta tampoco la contestará. Ve el número, lo reconoce, contesta. “¿Niño, cómo vas?” escucha a su padre decir del otro lado del teléfono. Intenta decir “bien” pero su voz se quiebra, el chirrido del metal se mete en lo más profundo de su ser y nuevamente brotan lágrimas. Sollozando, su cabeza estremecida en un violento mar de metal retorciéndose, escucha a su padre consolarle y casi sin fuerzas responde a su padre que “sí” ante le pregunta de si quería atender a la madre. La madre comprendiendo su estado de alteración termina diciéndole: “quédese tranquilo, lo material se repone y lo importante es que salió vivo e ileso del accidente, eso es lo más importante. Recuérdelo”.
La llamada termina. Las palabras de sus padres le ayudan a retomar el aliento y antes de disponerse a continuar con la redacción de su correo piensa:
‒ 9 caerá lunes y ese día cumple años mi padre.
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.