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Chano, coplón sonrojado y querido!! :biggrin:
Variaciones sobre una Mujtathth de Al-Sharif Al-Radi
I
Hay una extensión cercada por el cielo,
una inmensa planicie descubierta por la luna,
un campo de flores pálidas
sitiadas por su propio perfume,
una casa en el bosque de los grandes abetos de la noche,
un camino entre los pinos,
el otoño de planetas cercanos,
el lago de orillas blanquísimas,
el violeta tenue en la madrugada del mar,
la pulpa entregada de un fruto
que sobrepasa la medida de la mano,
la noche de la selva,
la madrugada de la altiplanicie
y el corazón de todos los niños de la tierra.
Todo eso, Al-Sharif, todo eso
y “pasaré la noche con el inmenso desierto
que hay entre mí y el estar contigo”.
II
Esta lejana gloria de Al-Andalus,
lejana la tarde de las montañas de Córdoba.
Colocamos todos nuestros bienes,
un puñado de cosas entrañables,
sobre la frágil estructura
que levantan los hombres en la tierra.
Todo está tan lejano, Al-Sharif.
Queda este enorme cansancio,
la débil certeza de no saber nada,
de no querer ya nada,
de conformarnos con esta tarde en la playa
y con los ojos pálidos del mar,
los que no ven,
los hechos para ser contemplados.
III
Era el tiempo en que se nos abría el paraíso
en todos los minutos del día.
Días de minutos largos
de palabras recién conocidas.
El ojo de la magia les daba una iluminación irrepetible.
Y sucedió después que el paraíso era un engaño de la luz,
que a los amigos les bastaba un segundo para morirse,
que los amores llevaban dentro una almendra agria.
En la noche el paraíso sigue abriendo su rendija,
un fantasma de la luz,
el que hace que los amigos estén siempre aquí,
que los amores se conformen con su almendra agria,
que el corazón no rompa a aullar en la montaña.
IV
Esa noche escuchamos el graznido de los cuervos del destino presagiando la partida.
Esa noche que, aunque siendo de verano, nos impidió pasar las horas en el terrado escuchando la voz del poeta joven.
Esa noche los lobos anduvieron cerca de la casa y al inicio de la madrugada las flechas sombrías se clavaron en la puerta.
Se escuchó el gemido de las gacelas perseguidas por la sombra y se agrió la leche en los pechos de las madres.
Rodearon los presagios el lecho de la madrugada y el nuevo día nació llorando.
El viento dijo que la separación se acercaba a la puerta.
Los cuervos no graznaron en vano:
antes que el sol descubriera una pequeña parte de su rostro la casa quedó vacía.
Desde el terrado te vi correr hacia la montaña. Ser fue perdiendo la música de tus ajorcas.
Ahora la pena ocupa nuestro lecho.
Cómo encontrar reposo durmiendo sobre los guijarros de la soledad no deseada.
Cómo vivir con la certidumbre de que la ausencia ha puesto sitio a nuestra casa ya en sombra.
Hugo Gutiérrez Vega
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.
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Las reglas de la noche
A Humberto Saba
El día empequeñece.
Las palmeras, las nubes,
el sol disminido,
las tranquilas gallinas,
la soledad, la tarde,
tus senos y mis manos,
todo se va tranquilo
hacia una noche suave
y sangrienta a su modo.
¿Por qué este perfume
de atardecidas flores
permanece en la almohada?
¿En dónde están tus ojos?
¿Por qué la ausencia
mueve sus aspas contra la ventana?
(Tal vez la figura azul
que gira en la colina
sea la de la muerte,
o tal vez la del amor
que creíamos ido para siempre).
La noche da sus reglas:
aquí la cama de los que se aman,
más allá el mar
y tus ojos hundidos en su espuma.
La media luna dice el juramento;
la sombra de un presagio descompone
esta fosforecscencia y regresa la luz.
Nada se pierde en esta noche humana.
Hugo Gutiérrez Vega
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.
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Linda mañana... y un vals hermoso. ^^
Dmitri Shostakovich - Waltz No. 2
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.
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Consideré que era muy pronto para la celebración del día de los muertos. De tal manera, sigo con la música encantada. A continuación una obra extraordinaria de Francisco Tárrega, español él, como muchos de mis compositores favoritos.
Capricho árabe - Tatyana Ryzhkova
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Última edición por Estrella_fugaz; 24-oct.-2015 a las 20:24
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.
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Hay un libro que casi todos los mexicanos hemos leído, o al menos sería ideal que así fuese. Pedro Páramo es el título de una novela del realismo mágico escrita por Juan Rulfo, en 1955. La historia se desarrolla en Comala, pueblo habitado por espectros que no saben que están muertos. La desolación, las brasas donde está edificado el pueblo, los perros, los tragos, los murmullos en la noche, los difuntos; todo es Comala.
Y es que el arraigo a la tierra de nuestros antepasados se debe a que ahí tenemos enterrados a nuestros muertos.
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Pedro Páramo (fragmento)
Como si hubiera retrocedido el tiempo. Volví a ver la estrella junto a la luna. Las nubes
deshaciéndose. Las parvadas de los tordos. Y en seguida la tarde todavía llena de luz.
Las paredes reflejando el sol de la tarde. Mis pasos rebotando contra las piedras.
El arriero que me decía: «¡Busque a doña Eduviges, si todavía vive!».
Luego un cuarto a oscuras. Una mujer roncando a mi lado. Noté que su respiración era
dispareja como si estuviera entre sueños, más bien como si no durmiera y sólo imitara los
ruidos que produce el sueño. La cama era de otate cubierta con costales que olían a
orines, como si nunca los hubieran oreado al sol; y la almohada era una jerga que
envolvía pochote o una lana tan dura o tan sudada que se había endurecido como leño.
Junto a mis rodillas sentía las piernas desnudas de la mujer, y junto a mi cara su
respiración. Me senté en la cama apoyándome en aquel como adobe de la almohada.
-¿No duerme usted? -me preguntó ella.
-No tengo sueño. He dormido todo el día. ¿Dónde está su hermano?
-Se fue por esos rumbos. Ya usted oyó adónde tenía que ir. Quizá no venga esta noche.
-¿De manera que siempre se fue? ¿A pesar de usted?
-Sí. Y tal vez no regrese. Así comenzaron todos. Que voy a ir aquí, que voy a ir más allá.
Hasta que se fueron alejando tanto, que mejor no volvieron. Él siempre ha tratado de irse,
y creo que ahora le ha llegado su turno. Quizá sin yo saberlo, me dejó con usted para que
me cuidara. Vio su oportunidad. Eso del becerro cimarrón fue sólo un pretexto. Ya verá
usted que no vuelve.
Quise decirle: «Voy a salir a buscar un poco de aire, porque siento náuseas»; pero dije:
-No se preocupe. Volvérá.
Cuando me levanté, me dijo:
-He dejado en la cocina algo sobre las brasas. Es muy poco; pero es algo que puede
calmarle el hambre.
Encontré un trozo de cecina y encima de las brasas unas tortillas.
-Son cosas que le pude conseguir -oí que me decía desde allá-. Se las cambié a mi
hermana por dos sábanas limpias que yo tenía guardadas desde el tiempo de mi madre.
Ella ha de haber venido a recogerlas. No se lo quise decir delante de Donis; pero fue ella
la mujer que usted vio y que lo asustó tanto.
Un cielo negro, lleno de estrellas. Y junto a la luna la estrella más grande de todas.
-¿No me oyes? -pregunté en voz baja.
Y su voz me respondió:
-¿Dónde estás?
-Estoy aquí, en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?
-No, hijo, no te veo.
Su voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.
-No te veo.
Regresé al mediotecho donde dormía aquella mujer y le dije:
-Me quedaré aquí, en mi mismo rincón. Al fin y al cabo la cama está igual de dura que
el suelo. Si algo se le ofrece, avíseme.
Ella me dijo:
-Donis no volverá. Se lo noté en los ojos. Estaba esperando que alguien viniera para
irse. Ahora tú te encargarás de cuidarme. ¿O qué, no quieres cuidarme? Vente a dormir
aquí conmigo.
Aquí estoy bien.
-Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.
Entonces fui y me acosté con ella.
El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella
mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera
derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de
ella y me faltó el aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer
dormía. De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor.
Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de
mí.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de
agosto.
No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las
manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan
delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Digo para siempre.
Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino
sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue
lo último que vi.
-¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado? Yo te encontré en la
plaza, muy lejos de la casa de Donis, y junto a mí también estaba él, diciendo que te
estabas haciendo el muerto. Entre los dos te arrastramos a la sombra del portal, ya bien
tirante, acalambrado como mueren los que mueren muertos de miedo. De no haber
habido aire para respirar esa noche de que hablas, nos hubieran faltado las fuerzas para
llevarte y contimás para enterrarte. Y ya ves, te enterramos.
-Tienes razón,.Doroteo. ¿Dices que te llamas Doroteo?
-Da lo mismo. Aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo.
-Es cierto, Dorotea. Me mataron los murmullos.
«Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron.
Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas como una alcancía donde
hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad.
El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia
del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si
fiera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida... »
-Sí, Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me
había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los
murmullos se me reventaron las cuerdas.
»Llegué a la plaza, tienes tú razón. Me llevó hasta allí el bullicio de la gente y creí que
de verdad la había. Yo ya no estaba muy en mis cabales; recuerdo que me vine apoyando
en las paredes como si caminara con las manos. Y de las paredes parecían destilar los
murmullos como si se filtraran de entre las grietas y las descarapeladuras. Yo los oía.
Eran voces de gente; pero no voces claras, sino secretas, como si me murmuraran algo al
pasar, o como si zumbaran contra mis oídos. Me aparté de las paredes y seguí por mitad
de la calle; pero las oía igual, igual que si vinieran conmigo, delante o detrás de mí. No
sentía calor, como te dije antes; antes por el contrario, sentía frío. Desde que salí de la
casa de aquella mujer que me prestó su cama y que, como te decía, la vi deshacerse en el
agua de su sudor, desde entonces me entró frío. Y conforme yo andaba, el frío aumentaba
más y más, hasta que se me enchinó el pellejo. Quise retroceder porque pensé que
regresando podría encontrar el calor que acababa de dejar; pero me di cuenta a poco de
andar que el frío salía de mí, de mi propia sangre. Entonces reconocí que estaba
asustado. Oí el alboroto mayor en la plaza y creí que allí entre la gente se me bajaría el
miedo. Por eso es que ustedes me encontraron en la plaza. ¿De modo que siempre volvió
Donis? La mujer estaba segura de que jamás lo volvería a ver.
Juan Rulfo
Canción: La bruja
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Última edición por Estrella_fugaz; 30-oct.-2015 a las 10:41
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.
Me mataste con Pedro Páramo!!
La perfección hecha libro.
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.
Es muy frecuente en mi hacer referencias a Comala y a Macondo en mis comentarios.
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.
Última edición por Estrella_fugaz; 29-oct.-2015 a las 21:57
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Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.