Aunque esto no es un diario y aunque sé que es muy feo que otros lean y no sepan de qué diablos está uno hablando, debo desahogarme por algún lado ya que sentarme ayer largo rato en la cafetería al frente de la icónica esquina del Isabel con una taza de café en la mano no fue suficiente para hacer desvanecer esta mezcla de angustia y ansiedad que me carcome: qué difícil que está resultando mantener férrea la voluntad.
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.