LUNA DE PAITA
POR MARCO MARTOS
Cuando clarea el cielo y se apaga la luna,
el plomo del mar traspasa las farolas del malecón,
atraviesa la delgada bruma del día que principia,
cruza los vidrios del ventanal y anida
en los ojos insomnes del niño en el alféizar.
Los trajes descoloridos, colgados en la percha,
semejan guerreros silenciosos aguardando en la penumbra.
Una voz enfurruñada dice algo y al rato otra vez
la sombra inquieta, trepada en el alféizar,
atisba a los viandantes que hacen la jornada:
pescadores descalzos, soñolientos transeúntes
que caminan hacia el muelle donde embarcan las reses
y el sol que nace detrás de los cerros
y tiñe las aguas de oro y de rosa.
Inacabable es el día hasta que aparezca la luna
para ambular desde Pueblo Nuevo hasta La Punta
recogiendo brillantes caracoles, estrellas de mar
hieráticas por siempre, historias de aparecidos,
de Francis Drake y de mujeres. Y mientras el mar
se torna verde y azul, pareciera
que este tiempo suspendido está libre de la muerte.