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—¿Pero cómo es que se puede sustentar una cosa por negarla?
—Es la ley de la vida, señora mía. El cuerpo vive porque se desintegra, sin
desintegrarse demasiado. Si no se desintegrara segundo a segundo, sería un
mineral. El alma vive porque es perpetuamente tentada, aunque resista. Todo
vive porque se opone a algo. Yo soy aquello a lo que todo se opone. Pero, si
yo no existiera, nada existiría, porque no habría nada a que oponerse, como
la paloma de mi discípulo Kant, que, volando al aire libre, juzga que podría
volar mejor en el vacío.
—La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas. Mas por
música no debe entenderse sólo aquella que se toca, sino también aquella
que queda eternamente por tocar. Y por luz de luna no debe suponerse que
se habla sólo de lo que viene de la luna y torna los árboles en grandes
perfiles; hay otra luz de luna, que ni el propio sol excluye, y oscurece en
pleno día lo que las cosas fingen ser. Sólo los sueños son siempre lo que son.
Es el lado de nosotros en que nacemos y en que somos siempre naturales y
nuestros.
—Pero, si el mundo es acción, ¿cómo es que el sueño forma parte del mundo?
—Es que el sueño, señora mía, es una acción que se tornó idea y que por
eso conserva la fuerza del mundo y le repugna la materia, que es el estar en
el espacio. ¿No es verdad que somos libres en el sueño?
—Sí, pero es triste despertar...
—El buen soñador no despierta. Yo nunca desperté.
"La hora del diablo" Fernando Pessoa