San Pantaleón obra el milagro.
La sangre derramada por San Pantaleón en su trágica muerte es la que consiguió que enraizara la higuera bajo la que tuvo lugar su fallecimiento. Y ahora, 400 años después de que llegara a la Iglesia de la Encarnación, el milagro de la conversión de esa sangre al santo vuelve a hacerse realidad: de estado sólido, el flujo ha ido convirtiéndose en las últimas horas en un estado gelatinoso, hasta pasar a líquido.
Son muchos los fieles que cada año se acercan cada 27 de julio a este recinto a comprobar el milagro que, dicen, no ha parado de repetirse desde que el santo está en el convento. La sangre del mártir se encuentra en proceso de licuefacción desde ayer por la tarde. «Cuando está solidificada tiene un color parduzco y más opaco y cuando está licuada tiene un color más rojizo. Si se inclina la ampolla, toda la masa permanece compacta y no se mueve. En licuación, si se inclina la ampolla, el líquido se va acomodando al recipiente que la contiene», afirma Joaquín Martín, el capellán mayor de la iglesia del Real Monasterio.
Como cada año, en la víspera de la fiesta, el día 26, es cuando se expone al santo para ser venerado en la iglesia. Y en ese momento, ya aparece en estado semi-líquida la ampolla que caracteriza a San Pantaleón. Después, el mismo día 27, que es cuando se produjo el verdadero “nacimiento” o martirio del santo, es cuando la sangre alcanza su máxima expresión líquida. Y en seguida, a partir de hoy mismo, día 28, comienza lentamente a solidificarse de nuevo. “Aunque algún año ha permanecido en estado líquido durante más tiempo”, afirma Martín, el capellán mayor.
Desde el jueves, en el Monasterio de la Encarnación se puede admirar la ampolla con la sangre del santo, y además, cada media hora, se da a besar a los fieles la reliquia de uno de sus huesos, que se guarda también en el relicario del monasterio.
Cientos de fieles se acercaron ayer para impresionarse con este proceso milagroso que a nadie deja indiferente. Hasta las diez de la noche, las puertas de la Encarnación permanecieron abiertas para venerar a San Pantaleón. Algunos se acercaban motivados por su fe y no podían ocultar su emoción al contemplarlo. Para otros, era momento de acercarse y confirmar lo que el “boca a boca” y la tradición cristiana viene sosteniendo desde hace siglos.