Ahora entiendo,
con mi mente consumida,
porqué tu mirada se desgasta
al tenue roce de mis ojos
y porque tus besos
amanecen fríos y esquivos
cuando busco tus labios temblorosos.
¡Se ha desvanecido la historia
que comenzamos a escribir
al cobijo del nogal!
Todos esos momentos
volaron junto con las caricias
al despeñadero de tu corazón.
Mis besos dibujados en tus labios,
mis palabras que vivieron en tu oído,
mis manos que retaron a tu piel,
mi cuerpo que brindó su vida,
y el nogal que nos ocultó;
todo eso ahora es mentira,
sueños que se resquebrajan
al menor soplo del viento.
¡Que frías son las horas
que antes brindaban su calor!
Es hora de terminar la historia,
de ocultarla en un baúl,
de volar por aires tan distantes
y de dejar que escapen
los momentos de unión.
Pero no llores
con ese llanto de cisne
que parece poco al dolor
que produce la separación
y asemeja más
al ansia de libertad.
No digas más palabras
que no remedian nada
porque mueren en el ocaso
y no acortan la distancia.
¡Anda, corre, se libre,
libre como la tormenta
que se bate en medio del mar!
¡Ve, huye!
¡Aléjate de este manantial
y báñate en la ribera de otros brazos!
Pero nunca dibujes tu sonrisa
bajo las sombras del nogal.

Parzival