Extraña sensación me abate, me vence y me desvanece. Perdida toda esperanza me anega toda sensación de angustia y desconfianza. Apenas puedo articular el sueño, debatida mi alma entre las oportunidades perdidas y las consecuencias más duras. Y cuando al fin caigo en los brazos de Morfeo, se apodera de mi el odio, el desasosiego, y me persigue la tentación en sueños. Atemorizado por mis insanos pensamientos, súbitamente despierto, y me maldigo por haber caído rendido al sueño, y haber proporcionado a mi cuerpo el descanso que mi alma no encuentra, ni despierto ni en sueños. Ni loco, ni cuerdo.
No hallo respuesta al miedo, ni soy dueño de mis pensamientos. Odio lo que soy por lo que pienso, y lo que pienso me odia tal y como soy. Me he vuelto sumiso, desmesuradamente servil, y me he convertido en aquello que siempre juré perseguir. Intento forzar el alago de mis iguales con el fin de que me autoconvenzan de mi derecho a existir, pues cada uno de mis pasos provocan en mi la más profunda náusea cuando no el sencillo vómito, provocado por el asco que mi cuerpo le tiene a mi mente.
Muchos se miran en el espejo y ven un cuerpo fofo, odioso, vago. Mi caso es el contrario. Mi cuerpo es quien no soporta al espíritu que le posee y por eso reacciona. Es mi espíritu quien se ha vuelto odioso, acomodaticio, hasta el punto de hacerse volátil, infame y enfermizo.
Si, he pensado en morir y poner fin a este delirio, mas mi cuerpo me lo impide y mi alma no se deja. Lucho sólo contra el bien y contra el mal. A todas horas resuenan en mis oídos trinos angustiosos de trompetas, violines y timbales que me susurran, "hazlo ya, hazlo ya". Lo odio.
Todo hubiera sido distinto si hubiera cogido aquel tren cuando podía, mi alma así lo quería. Fue mi cuerpo quien se negó. Desde entonces no les he reconciliado. Soy la tercera parte de una pareja inseparable que se odia. Mi existencia o es molesta o ni siquiera se toma en cuenta. Soy el hijo malquerido del desencuentro. Soy lo único que les impide su derecho a la separación. Ambos me odian, lo se, pero yo no puedo vivir sin ellos.
Pero creo que hay momentos en que la inconsciencia me permite dejar la casa de mis padres y salir al mundo. Allí creo que puedo recuperar mi carisma. Soy valiente, hidalgo, atrevido. No miro nunca hacia atrás pues se que estaré siempre en casa para cenar. Nunca llego tarde, porque no puedo llegar tarde. No guardo ningún temor cuando estoy fuera. Es dentro cuando el miedo atenaza todo mi ser.
Me gustaría no despertar. Ser libre en un mundo regido sólo por mi. Allí soy feliz, allí soy Dios. Pero siempre me despierto y comienza de nuevo mi pesadilla, la vergüenza, la huída hacia ningún sitio, la cárcel sin barrotes. No puedo aguantarlo. No hay nadie fuera que me ofrezca parte de su confianza para recuperar la mía, os lo aseguro, lo he buscado. Es normal. La confianza es un activo del que nos cuesta desprendernos y que es incompatible con el riesgo. Mi situación es de alto riesgo y sólo la entrega de dicha confianza sin esperar nada a cambio, sólo el amor puro, alejado de lo terreno, de lo futuro y de lo pasado, supongo que sería capaz de salvarme pero, ¿queda algo en este mundo consciente de ese amor? Yo no lo he encontrado.
Así es que el la inconsciencia me encuentro agusto, y la comienzo a buscar cada vez más a menudo, intentando salir de un mundo que no puedo gobernar en el que tendría que tener dicha potestad para perdonarme a mi mismo. Este mundo no es de esos. He probado todo tipo de drogas. Mi cuerpo ya siente las consecuencias y aunque no tendría por qué, siento lástima por él y por mi. Incluso juraría que mi alma está conmigo en esto. Hemos perdido toda esperanza de deshacer el rumbo hacia ningún lado. Sólo queda esperar que acabe pronto. Al final he sido capaz de hacerlo, aunque no supiera de que lo hacía. Ya estoy muerto.