Comentario de Michael Burleigh en su obra, «El Tercer Reich»

¿Cuál podría ser la visión de este imperio moderno, el más fugaz de todos, en la perspectiva más larga que nos separa de otros, tanto antiguos como modernos? El imperio nazi se creó por la violencia, vivió por la violencia y fue destruido por la violencia. A diferencia de otros imperios creados por el poder armado, que legaron arte y literatura que aún gozan de general admiración, o administraciones, costumbres, idiomas y códigos de leyes a los que europeos y no europeos aún se atienen, desde Irlanda a la India, la tosca anticivilización nazi no dejó tras ella nada digno de mención, salvo quizás su función contemporánea de sinónimo secular del mal humano. Los restos materiales del nazismo son unos cuantos edificios de tercera categoría, pues Albert Speer no fue ningún Bernini, Wren o Lutyens, fortificaciones costeras de hormigón demasiado voluminosas y sólidas para destruirlas, y las cabañas de madera, los campos de maniobras batidos por el viento, las torres de vigilancia y el alambre espinoso de los campos de concentración, que paradójicamente se han restaurado, en vez de dejarlos pudrirse y oxidarse.

El nazismo pasó, literalmente, «de la nada a la nada»: con su poderosa posteridad imaginativa extrañamente desencarnada de sus logros lamentables. Raras veces habrá podido existir un imperio del que no pudiese decirse nada positivo, pese a los recuerdos felices de turismo de guerra con que empezamos. El «Nuevo Orden» nazi sólo fue, inclus0 en los términos limitados de su propia política estética, una universalización de la atrocidad.