Recuerdo que en mi niñez, en el barrio les decíamos Viejas Chusmas a las vecinas que se pasaban todo el día escoba en mano haciendo que barrían la suciedad de sus veredas, o que, escondidas tras las persianas y celosías de sus casas, espiaban noche y día a todo el vecindario.

Con paciencia y sagacidad, estas precursoras de la investigación cholula, hacían trabajo de inteligencia sin saberlo. No había puerta que se abriera, o coche desconocido que estacionara en las cercanías de su puesto de observación que no llamara su atención de forma inmediata.

Nada escapaba a su trabajo investigativo. Fue gracias a ellas que supimos que los señores que visitaban la casa de la morocha que creíamos doctora, no eran pacientes contracturados o con problemas de columna que buscaban alivio en los masajes de la profesional, porque los masajes que allí se daban no eran terapéuticos precisamente.

Datos como las preferencias sexuales del solterón canoso de la esquina, las horas de llegada y partida de visitantes ocasionales de domicilios conyugales y tantas otras delicias informativas barriales eran conocidos por todos gracias a los servicios prestados por estas abnegadas servidoras públicas.

Hoy en día todo ha cambiado, la gente no sale a las veredas a tomar su mate con bizcochitos como antes, las sillas de madera y rafia en las puertas bajo los plátanos o paraísos, fueron sustituidas por los sillones de Polyfom frente a los televisores.

Y quizás, en parte, a causa de este cambio, el chusmerío se ha profesionalizado y hoy en día es un negocio que mueve millones, claro, ellos ya no nos informan sobre con quien se acostó la hija del almacenero, o cuantos cuernos lleva puestos el esposo de la rubia del quinto piso.

Sucede que los chusmas modernos vuelan alto. Sus víctimas viven en barrios privados y manejan cuatro por cuatro, y por supuesto cobran fortunas por su trabajo, pero en el fondo, no hacen más que seguir la tradición cholula de las chismosas de antaño, eso sí, cambiando las escobas por noteros y las celosías por teleobjetivos.

Debo de reconocer que al menos, aquellas viejas chismosas de antaño hacían todo por amor al arte, eran totalmente amateurs, y aunque su trabajo lo desarrollaban de manera abnegada y profesional los trecientos sesenta y cinco días del año, jamás cobraban por ello. Lo hacían de puro chusmas que eran nomás.