Lucía recorría las calles con una sonrisa de oreja a oreja. La noche había salido redonda. El aire frío de la madrugada le acariciaba la piel, y se aunaba con el recuerdo de Joan para mantener los dos pezones de Niña Lucía erectos bajo la camiseta. La muchacha no podía evitar sentirse excitada al recordar a su compañero. Su ternura, su cariño... esa noche descubrió que había otra forma.
Llegó a su casa y se abrió paso a oscuras por el pasillo. Abrió la puerta de la habitación de sus padres y se metió dentro. Padre y madre dormían. Niña Lucía abrió uno de los cajones de la mesita de su madre y cogió una pequeña caja de medicamentos. Con ella en las manos, salió de la habitación y se metió en el baño.
Niña Lucía observó su imagen en el espejo. Tenía la melena deshecha completamente, el pintalabios medio borrado, y un brillo especial en los ojos que demostraba que eso, ahora, pasaba por ser lo que menos le importaba. Se tomó una de las píldoras y, de perfil ante el espejo, curvó su espalda para exagerar su vientre plano, que asomaba bajo la cortísima camiseta. Con una sonrisa pícara, Lucía susurró: "Nenes no, gracias".
Luego salió del baño, devolvió la caja de pastillas a su sitio, y salió de nuevo de la habitación de sus padres con un sigilo extremo.