Un acaudalado hombre de negocios salió de su oficina. Al dirigirse a su automóvil, donde lo esperaba su chofer, tropezó con una figura alta y encapuchada. El millonario, irritado, miró a su alrededor y vió que aquella figura lo contemplaba con asombro. Entonces el enojo del hombre dio paso al horror cuando se percató que estaba observando el rostro de la Muerte, y supo que si no escapaba moriría.

Corrió a su auto y le ordenó al chofer que lo llevara lo más rápidamente al aeropuerto, donde alquiló un jet. El aparato voló toda la noche y, tras aterrizar, el hombre de negocios pidió un helicóptero para trasladarse a las regiones más recógnitas de las montañas. Por último contrató a un guía para que lo condujera a un valle remoto y, cuando amaneció, se internó arrastrándose en la oscuridad de una caverna. La Muerte nunca me encontrará aquí, pensó, y comenzó a relajarse.

En ese instante, un dedo huesudo le dio unos golpecitos en el hombro. “Felicidades”, dijo la helada voz. “Estaba escrito que nos encontraríamos en esta caverna hoy, al despuntar la aurora. Por eso me sorprendí tanto anoche al verte en el otro lado del mundo. Pero veo con gusto que, si bien con los minutos contados, acudiste a nuestra cita”.