MIAMI.- A lo largo de toda su campaña, Barack Obama trató de trascender la cuestión racial y presentarse como un líder unificador, alguien capaz de sobrevolar los perjuicios y terminar con el divisionismo étnico en la sociedad norteamericana.

En su beneficio contaba el hecho de ser producto de un matrimonio birracial y de haberse educado en Harvard, lo que lo pone, en términos de acento, más cerca de los brahmanes de Boston que de los habitantes de los guetos negros.

Buena parte del electorado aceptó el reto y decidió privilegiar al inspirado orador y al político sensible y humano por sobre el fenómeno electoral.

Hasta que apareció el reverendo Jeremiah Wright Jr.

Durante veinte años, el reverendo Wright, de la Trinity United Church of Christ, una de las grandes iglesias negras que proliferan en el sur de Chicago, fue una influencia decisiva en la vida de Barack Obama.

No sólo lo acercó al cristianismo, allá por los años 80, cuando Obama era apenas un joven organizador comunitario, sino que fue su mentor, ofició en su boda y bautizó a sus hijas.

Obama describió esta influencia y su afecto por el reverendo cuando pronunció su ya célebre discurso sobre la cuestión racial en los Estados Unidos a raíz de la difusión de unos videos donde el pastor negro hacía unas incendiarias declaraciones al acusar a la política norteamericana de terrorista y de fomentar la drogadicción entre los jóvenes negros.

Separándose del contenido de los sermones, Obama insistió en su deuda con el hombre al que consideraba parte de su familia.

Fue un discurso brillante y persuasivo, que fue comparado con el de John F. Kennedy cuando defendió su catolicismo. Tanto, que muchos pensaron que las dudas se habían disipado y que Obama podía seguir su victorioso camino hacia la nominación sin volverse a ocupar del tema racial.

Pero no fue así. Y no lo fue porque el reverendo Wright, a pesar de haberse retirado de su actividad pastoral, decidió no cerrar la boca.

Olor a escándalo

La oportunidad se la dieron los medios, que olieron el escándalo y no soltaron la presa. ¿Eran las diatribas del reverendo meramente toleradas por la feligresía como exabruptos de un exaltado o se trataba de expresiones plenamente compartidas? ¿Cómo era posible que Barack Obama hubiera pasado veinte años escuchando estos sermones cargados de odio y divisionismo y no hubiera reaccionado?

Frente a los micrófonos que le empujaban los periodistas, como antes frente al púlpito, el reverendo Wright no tuvo empacho en decir lo que pensaba.

Lo que estaba ocurriendo, afirmó, no era otra cosa que una "crucifixión pública" emprendida por "la prensa corporativa", la que sensacionalizó algunos extractos de sermones pronunciados treinta años atrás, para diseminar "el miedo y el odio y fomentar la ansiedad de la gente que desconoce lo que sucede en las iglesias afronorteamericanas."

Los pastores negros se reconocen herederos de los predicadores proféticos y su misión es la de "confortar a los afligidos y afligir a los confortables", según proclama la tradición.

Como Wright diría en otra oportunidad, "el cristianismo de los esclavistas no puede ser igual al cristianismo de los esclavos".

El viernes por la noche, las aguas parecieron calmarse cuando Wright fue entrevistado por el periodista Bill Moyers en un programa de la televisión pública. Mientras Moyer le hacía escuchar algunos de sus sermones más irritantes, Wright trató pacientemente de ponerlos en contexto.

Pero el lunes por la noche, cuando se presentó en el Club Nacional de Prensa, en Washington, el volátil pastor volvió a dejar de lado toda cortesía e insistió en teorías como que el sida había sido creado para promover el genocidio contra los negros y defendió al dirigente negro antisemita Louis Farrakhan, llamándolo "una de las voces más importantes de los siglos veinte y veintiuno".

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