Pilato se sorprendió de que Jesús hubiera muerto tan pronto y mandó llamar al centurión que estaba a cargo de las ejecuciones para preguntarle si en verdad había muerto ya; informado por el centurión de que en efecto había muerto, ordenó que se le entregara el cadáver a José.
Así pues, seguramente en presencia del referido centurión y de los soldados, descolgaron el cuerpo de Jesús mediante una sábana y lo envolvieron en ella. Era ya la hora de la caída de la tarde, y a excepción de algunas de las mujeres mencionadas que contemplaban la escena a cierta distancia no debía de haber ya demasiados curiosos en las inmediaciones, pues al anochecer comenzaba el sábado, día de precepto, que ese año coincidía además con la Pascua, y ningún judío practicante querría "contaminarse" estando junto a un cadáver.
Estaba presente un tal Nicodemo, judío de nombre helenizado, un fariseo que era también seguidor en secreto de Jesús y que había traído unos perfumes para ungir el cuerpo cien libras de una mezcla de mirra y áloe, dice el evangelio de Juan.