Antes que llegara la fe, estábamos guardados bajo ley.
Por consiguiente, la Ley ha llegado a ser nuestro tutor que nos conduce a Cristo
(Gál. 3:23, 24).

La Ley de Moisés era como un muro que protegía al pueblo de Dios de la inmoralidad y la religión falsa de las naciones vecinas. Cuando los israelitas escuchaban a Jehová, recibían sus bendiciones, pero cuando no le hacían caso, sufrían graves consecuencias (Deut. 28:1, 2, 15). Había otra razón por la que se necesitaban nuevas instrucciones. La Ley preparó a los israelitas para la llegada del Mesías —Jesucristo—, un acontecimiento esencial para que se cumpliera el propósito de Jehová. También dejó bien claro que los israelitas eran imperfectos y que necesitaban un rescate, un sacrificio perfecto que cubriera por completo sus pecados (Gál. 3:19; Heb. 10:1-10). Además, protegió la línea genealógica del Mesías y ayudó a identificarlo cuando apareció. Así es, la Ley sirvió por un tiempo de “tutor”, o guía, que llevaba a Cristo