[EL DIOS EMOTIVO, comentario 190]
Globalmente hablando, la condición social de la humanidad parece haber entrado en un callejón sin salida, o en un río sin retorno que lleva hacia la catarata. Silenciada la voz de la religión multitudinaria, por haber hecho méritos para ello, frente a una oposición de materialismo ateo crudo, ganador de una última partida que da como recompensa el control de la mente de la gente, ha emergido un vapor corrosivo denominado “evolucionismo”, a cuya sombra toda expectativa de trascendencia ética y moral se desvanece en aras de unas artificiales “reglas de juego” tan transitorias como las danzas de un mimo. De hecho, todo es inestable en el hipotético mundo evolucionario y la depredación (en mayúsculas) es un protocolo más dentro de sus dominios. Además, el hombre ya no es el centro del universo, ni siquiera del sistema solar: ¿Por qué va a ser, entonces, el centro del planeta en el que habita? (Cuando se habla, en ecologismo, del papel del ser humano en la preservación de la hermosa biosfera se están confundiendo los términos y se está invocando un criterio bíblico, trasnochado para los evolucionistas; pues, curiosa e incoherentemente, muchos evolucionistas son ecologistas). Al presente sólo queda un residuo maltrecho, el Principio Antrópico, defendido por unos pocos “trescientos” en unas “termópilas” que parecen querer ser sus tumbas.