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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 140]
Existe, por lo tanto, una pluralidad en la singularidad del Yo. Por eso, cuando hablamos del “yo” queremos decir dos cosas que son hasta cierto grado ficticias: Primero, que tenemos un modo de comportarmiento consistente o coherente (sin contradicciones), pues las apariencias nos hacen creer que poseemos características indelebles, y tal cosa nos impulsa a afirmar, por ejemplo, que “esto” es un rasgo típico mío, tuyo, de él o de ella; y, segundo, que nuestro sentimiento interior de ser “yo” es real, cuando lo cierto es que es absolutamente subjetivo, y, por ende, puede ser saboteado con relativa facilidad. Ignorantemente, tendemos a pensar que ambos aspectos son permanentes en nosotros, pero la evidencia experimental muestra que no nos comportamos de manera tan coherente como creemos, e incluso que algunas personas exhiben un sentimiento interior de ser YO que es patológicamente inconsistente. Por eso, alguna que otra vez nos ha sobresaltado la fugaz sensación de ser una persona un día y alguien totalmente distinto al día siguiente. Y cuando esto es muy extremo, como ocurre en un trastorno morboso de la personalidad múltiple, entonces un individuo así afectado puede llegar a tener más de un conjunto de recuerdos diferentes, particionados y disjuntos, e incluso un apelativo diferente para cada una de las entidades autónomas de su dispersa y polifacética personalidad.
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