CAPÌTULO XII


El encuentro con el señor Rato emocionó mucho a José, hasta el extremo de no poderse quitar de la cabeza las penalidades de su madre. Teresa al escuchar atentamente a su marido y observar su mirada triste comenzó verdaderamente a inquietarse por él. Dado que las explicaciones que él le daba, le iban causando un nudo en la garganta insoportable.
– ¿Qué más puedo contarte?
–Ya que te lo dije todo…
–Pero pesar de todo no comprendo José, como no eres capaz de hacer más llevadera esta situación.
–Por un lado te sonríe la vida a nivel del trabajo y por otro no conozco a nadie que a tu edad consiguiera llegar tan alto en el ministerio.
–Y sin embargo siempre tienes los ojos siempre tristes…
– ¿Dime amor por qué no eres feliz?
–Debe ser que mi corazón no es del todo feliz.
–José, te pregunto en serio y por tu bien. –Y pienso él porque la persona puede ser verdaderamente desgraciada cuando lo posee todo.
–La verdad es que tengo una buena mujer, soy afortunado en el trabajo y sin embargo me siento como un fantasma sin alma…
– ¡Y todo Teresa porque siempre me faltara mi madre!
–José, no debes de desanimarte, y piensa que hay que empezar de nuevo si hace falta y sobretodo comprende por experiencia propia que la vida no es fácil.
– ¿Sabes, José? – A veces veo con toda claridad el final de todo esto, pero estoy convencida que con tenacidad terminaras encontrando a tu madre.

Siguiendo las indicaciones del abogado de su madre, José se decidió a seguir su consejo y visitar la ex-compañera de Cresto si quería conocer el domicilio de su madre en París. Por eso, serian las cinco de la tarde cuando él al llegar a la Puerta del Sol hecho la cabeza atrás para abarcar con su vista la altura del reloj del palacio de la Gobernación. Después torció a la derecha donde se hallaba la calle Preciados y las cinco de la tarde era la mejor hora para su visita. Al llegar al número diez, observó que él número coincidía con una tienda de grandes escaparates exhibiendo las últimas novedades de la moda y de frente como bien dijo el abogado los grandes almacenes de Galerías Preciados.

Su ansiedad era grande, porque había puesto todas sus esperanzas en esta desconocida mujer. – ¿Usted dirá? – dijo la mujer, hojeando a la vez las revistas de moda que se hallaban en el mostrador. José volvió a mirarla detenidamente a la vez que no pudo menos que decirse: – ¡Qué guapa era! La verdad es que era una mujer seductora y le recordaba a una de esas mujeres que deslumbran en el cine. – ¿Caballero que deseaba Usted? Volvió a repetir con voz suave, a la vez que dejaba de ojear la revista.
–Vengo preguntando por María, la señora de Cresto. Como si la pregunta no le hubiera gustado nada, ella quedó cavilando un instante a la vez que clavaba sus ojos en los suyos. – ¿Quién es usted?
–Bueno vengo de la parte del señor Rato el abogado de su marido.
– ¡Caballero, dirá mi ex marido! – ¿No será usted de la policía?
– ¡No, no se inquiete!
–Señora-perdone. –En primer lugar la diré que soy el hijo de Margarita la mujer que fue detenida con su marido.
– ¿Y en qué, puedo yo servirlo?
–Simplemente señora, que, por favor, me informe si no la importa donde vive Ernesto en París.
–Bueno perdone ahora recuerdo que me telefoneo el abogado me dijo que un joven deseaba hablarme y espero que me perdone por mi sequedad… –No se preocupe buen hombre que dentro de mis posibilidades le intentaré ayudar.

Luego María, volvió a observarlo tan fijamente, que José, al sentirse acariciado por aquel mirar profundo, reconoce que experimento como en sus años de pubertad el mismo sonrojo.
–“Mucho le hablaría de mi marido”, pero no tenemos tiempo para eso. –No obstante le diré que me separé de él, meses antes de salir de la cárcel, dado que mi trabajo era incompetente con su ridícula manera de pensar y, además, los celos lo devoraban. –No era vida para mí, es verdad que cuando nos casamos su capacidad intelectual me cautivo, pero nunca creí que llegara tan lejos con sus ideas.
– ¡Y además para colmo son gente, que con poca capacidad llegan ministros!

–“Él creyó siempre que la sociedad caminaba a pasos de gigante para igualarse toda y la desaparición de las clases. –Yo nunca lo creí, ya que siempre habrá clases; por más que aseguren que esta igualdad se ha iniciado ya en el lenguaje y en el vestir, yo trabajo en la moda y conozco a la alta sociedad y a mí no me entra eso. –Yo nunca lo creí y hoy lo que hay es la misma “democracia orgánica” que Franco preconizaba ya antes de su muerte, dejando todo bien atado los niveles; sean económicos como políticos. Los pobres siguen siendo cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. –“Y buena es la mesa y la buena ropa lo que siempre los distingue y no hablemos del poder de mandar”.