Este pensamiento le hizo recordar su situación presente, al ver el cuerpo sin vida de su abuela y la tumba donde su abuelo yacía. En este ambiente tenso, José recordó su madre ausente y al mirar por última vez el féretro de su abuela descender a la entraña de la tierra, miró a su alrededor, como queriendo percibir en el cementerio la silueta de su madre; pero su madre, no era más una silueta imaginaria perdida en la bruma que se esparcía por el horizonte. « ¿Cuánto hubieran dado ellos y su hija, por un último a dios?».

A fínales de mayo les entregaron la vivienda y los tíos de Teresa les compraron la mayoría de los muebles. Hacía tiempo que Teresa no le hablaba de la boda, pero al encontrar que la fecha se iba alargando, ella volvió a insistir de nuevo y para eso encontró José la solución más oportuna que era la de escribir dos líneas con la fecha de la boda a su tía y otra a los padres de Teresa. De los pormenores de la boda ellos se ocuparían de arreglarlo todo he incluido la parte financiera. Él a la vez no dudó en escribir a su tío Francisco, para que fuera él que los casara en la Iglesia de Santa María de Monte derramo. El día de la boda la fijaron para el 15 de agosto, pero apenas una semana después su tío le contestó con simples razones que le sería imposible asistir a la boda.

A primeros de agosto, Teresa y José regresaron al pueblo y ahora José no-tenía tiempo ni para pensar mucho ni para analizar sus sentimientos. Las preparaciones de la ceremonia, no le dejaban ni un minuto para quedarse a solas consigo mismo. Al visitar a su tía, creyó observar un movimiento de sorpresa; porque la boda se celebraba apenas meses del entierro de sus abuelos y pensó:
–Que tal vez explicándole la necesidad de legalizar su situación cuanto antes, era por lo que se veían obligados a adelantar la fecha.
–Lo sé todo… Me lo ha contado todo esta mañana tu futura mujer.
– ¿Y a usted qué la parece? Se atrevió a preguntar tímidamente José.
–Me parece muy bien–dijo su tía con radiante alegría, pues ya sabes sobrino que yo te cuidé y siempre he deseado lo mejor para ti. –¿Pero aclárame que es lo qué dice de la boda tu tío Francisco?
–No dice nada ya que le escribí y solo me dijo que le era imposible asistir a la ceremonia.
–Lo de tu tío me lo imaginaba como es, ya que nunca nos entendimos y como hemos estada muchos años sin vernos, me importo un bledo seguir sin verlo el resto de mi vida.
–Tía, no parece simpatizar mucho con él y todo pese a la ayuda que siempre me dispensó. Su tía Inés quedó pensativa y sonrío al recordar ciertas murmuraciones que corrían por el pueblo. Pero recuerda que ella había hecho voto de no tocar el resto de su vida el santo nombre del sacerdote.
– ¿De modo que debo casarme?–Insistió él.
– Bueno esa pregunta te la haces tú solo.

No obstante, José quedo satisfecho, al observar que su tía aprobaba su boda al adivinar en sus ojos y en su voz la alegría de un goce reprimido.
– ¡Otra cosa José! ¿Averiguaste algo más de las cartas que te entregué?
–Pues los primeros años tu tío me las leía, pero luego se enfadó y no quiso leer más.
–Bueno, para responder a su pregunta, le diré que Teresa y yo pensamos que la solución es el ir personalmente a Suiza y a partir de allí seguir sus pasos. – ¿Pero tía hay algo que me inquieta sobre las cartas, al comprobar que la tinta esta corrida como por gotas de lagrima?
– ¿Son de usted o de ella?
–Son de tu madre, ya que el amor de una madre por un hijo se convierte en una herida de muerte para toda una vida.
–José no olvides nunca que el dolor de una madre por un hijo, viene a ser como el de un animal herido y donde los demás siguen girando alrededor de su presa dispuestos a golpear de nuevo con sus garras.





CAPÌTULO IX