V

La morada en la que mi cuerpo reside ha vuelto a ponerse en movimiento, con lentitud se desplaza, transportándome a un paradero parcialmente desconocido. Los escabrosos ruidos pierden intensidad conforme mi lecho avanza, me alejo cada vez más de ese maldito dolor que me atormentaba. Este debe ser el milagro que con tanto anhelo he estado esperando; la promesa de la serenidad perpetua, de la paz imperecedera, del descanso eterno…
He llegado. Mi ser puede al fin tener un poco de reposo y sosiego, ya que experimento una tranquilidad que no hubiera podido evocar ni un poco con mi existencia terrenal. Algunos sonidos agradables de baja intensidad son percibidos por mi agotado oído; el ambiente es una exquisita negrura, no deprimente como la anterior, sino sosegadora y apacible. La verdad no me importa saber por qué o cómo me encuentro aquí. Lo único que quiero es perderme en esta Divina Noche Eterna; fundirme con su oscuridad inconmensurable y ser parte del misterio inescrutable.

Pe.. . pero ¿Qué pasa? Ha irrumpido un resplandor nacido en el centro del espacio; se extiende rápidamente hasta que la oscuridad penetrante sucumbe ante la irradiación del potente destello. Es tanta luz que penetra hasta los rincones más recónditos de mi conciencia, cegando mi razón con su radiante esplendor ¡No lo soporto! ¡Quisiera tener ojos para poder arrancarlos de su lugar y dejar de observar tan insufrible brillo! Mas no puedo siquiera desviar la vista aunque mi mente me indica que he realizado tal movimiento.

¡Aaah! ¡¿Qué es esto?! La temperatura ha aumentado drásticamente; un vehemente hervor abrasa cada uno de mis exangües miembros tan intensamente que pareciera que mi cuerpo está sumergido en una hoguera, ¿Por qué, por qué de nuevo, cuando al fin había encontrado un poco de sosiego? ¿Qué he hecho, por qué merezco esto? ¿Acaso cometí alguna falta tan grave que ni siquiera me puede ser otorgada explicación alguna de esta situación?

Los poros de mi piel parecen fosos de lava hirviendo, por cada uno de ellos se introduce la torturante llama; ese intenso fuego que con ímpetu devora hasta la más pequeña molécula de tejido orgánico, sin tregua ni consideración. Sin esperanza ni redención.
El órgano superficial comienza a licuarse, dejando a mis músculos y esqueleto expuestos, como cuando el agua rebosa por entre los dedos, mi piel se derrama por los extremos de lo que alguna vez fue mi cuerpo, tan paulatinamente que incluso puedo jurar, aquella sádica llama intenta prolongar la agonía y el sufrimiento.
¡Cómo desearía ejercer control sobre mis manos y así poder desollar mi cuerpo; esta inútil carcasa que no ha servido si no sólo para generarme desgracias y sufrimiento!

¡NO! ¡No puedo! Es vano intentar describir semejante tormento cuando éste habla por sí mismo; mi materia es un volcán en erupción, una bomba detonando, un imperio derrumbado. Ignis perpetuus se aferra a lo que resta de mi Yo Original, como perro royendo efusivamente un hueso, intenta extraer los últimos nutrimentos; los mismos con los que solía subsistir mi materia. El calor evapora cada lágrima frustrada, el ardor implacable es sustituido por una sensación de comprensión; ahora el fuego verdugo se transforma en celador, pues parece que me encierra en una angosta prisión, y como si no bastara con eso, sistemáticamente, se reduce el espacio designado a mi forma, ¡Me está reduciendo a nada! ¡Estoy esparciéndome por el olvido eterno, y lo peor es que aún lo presencio!

La llama asciende por lentitud sobre mi pecho, desintegrando a su paso lo que alguna vez me fue otorgado, ejerciendo presión en cada terminación nerviosa restante, devorando mis músculos y arañando mis huesos, destruyendo mis pensamientos, atrapando la Esencia en una vorágine de dolor y tormentos. Exaltando los últimos sentimientos.