Este tema fue creado por Legendario, y forma parte de su libro Buscando a Dios en cualquier parte.


EL CONFECCIONISTA

Muctabú tenía su taller al lado del bazar de Riutabú, en la populosa calle de Niztaján, en donde la gente de la ciudad solía hacer sus compras diarias. Del otro lado de su taller se encontraba el restaurante económico de Tantabú, la mujer de Xortabú, el herrero. Muctabú tenía un oficio que, en nuestra sociedad desmilagrada y sin magia, podría considerarse absurdo y fraudulento, pero la ley de Yayataján lo toleraba, pues francamente dejaba bastante satisfecha a su clientela, lo que permitía a Muctabú vivir con cierta holgura. Y su negocio no era para nada fraudulento. El vendía realidades tan tangibles como nuestros actuales supermercados venden frutas y carne. Simplemente, la mercancía que vendía Muctabú era especial: podríamos llamarla un don.

Muctabú se dedicaba a confeccionar dioses, al gusto de su clientela. Insisto, no eran dioses de mentira, sino dioses de verdad, a la medida y necesidades de cada quien. Así, su vecina Tantabú, propietaria del restaurante económico, había solicitado un dios que la inspirase constantemente con nuevas recetas de bajo precio, y que le permitiese elaborar los alimentos de manera higiénica, por lo que Muctabú la complació confeccionándole a Acataratá, higiénico dios de los restaurantes económicos. A su marido, Xortabú, le confecciono un dios (I Xú), especializado en poner al rojo vivo los metales en la mitad de tiempo y esfuerzo, con lo que sus labores de herrero se simplificaban y eran más llevaderas.

A estas alturas de la vida, después de unos veinte años de ejercer su oficio, Muctabú ya había logrado confeccionar un panteón completo, una centena de dioses aproximadamente, de los cuales solamente había tenido una reclamación. Esto hablaba de la honestidad y calidad de los trabajos de nuestro confeccionista, cuyo prestigio era conocido en todo Yayataján.

El profesionalismo de Muctabú era tanto que el mero recuerdo de aquella reclamación de hacía unos diez años (del complicado calendario yayatajano, que nada tiene que ver con el nuestro), le quitó el sueño durante mucho tiempo. Si tan sólo hubiese diseñado aquel dios con un poco menos de omnipotencia, tal vez el grupo de creyentes que lo solicitaron hubiesen quedado satisfechos. Desde aquella mala experiencia, Muctabú, además de confeccionar dioses al gusto de sus clientes, generaba antídotos (o interruptores) para las habilidades de los dioses, de tal manera que se podía, en cualquier momento, corregir el diseño, para que los dioses no abusasen de los atributos conferidos por Muctabú.

Pero entremos en materia, y analicemos esa desagradable experiencia vivida por el humilde confeccionista de dioses de nombre Muctabú, vecino de Niztaján, en la ciudad independiente de Yayataján.

Unos quince años antes, una tarde soleada de primavera, llegaron al taller de Muctabú unos extraños personajes de algún otro país, que se denominaban a si mismos "judíos". Tenían un verdadero problema existencial, pues, según le contaron a Muctabú, nadie los quería, por lo que necesitaban urgentemente un dios que los hiciera el pueblo elegido. Este dios, además, debería ser apasionado, al extremo de enviar calamidades a sus enemigos, rencoroso para no perdonar jamás y, al mismo tiempo, misericordioso con quienes lo reconociesen como dios. Simultáneamente, se le deberían concebir las virtudes de omnipresencia, omnisapiencia y omnipotencia. El diseño se antojaba sencillo, así que lo cotizó barato, y les pidió a los judíos que volviesen por su dios en unos 15 días.

Cuando los judíos regresaron, Muctabú les entrego, junto con su dios, un libro que narraba, en el pasado, presente y futuro, las andanzas de ese dios, a quien llamaremos, de momento, Yavhé. Los judíos quedaron muy satisfechos con el trabajo de Muctabú, por lo que pagaron lo convenido y se marcharon agradecidos.

Los judíos del libro y del dios Yavhé regresaron a su país, y se convirtieron en rabinos, algo así como sacerdotes-intérpretes de los designios de ese potentísimo dios ante su pueblo. Usaron a Yavhé durante mucho tiempo, favoreciendo sus intereses y los de su pueblo, pero abusaron de la conferida omnipotencia del dios, al extremo de que un grupo disidente de judíos decidió poner un alto a esa situación de abuso, y visitaron al ya famoso Muctabú en su natal Yayataján, en busca de una solución.

Este grupo de judíos disidentes de los rabinos decían llamarse "cristianos", pues su idea era que Muctabú les confeccionase un Cristo, es decir, un ser mitad hombre y mitad dios, cuya presencia entre los humanos ayudara a neutralizar los abusos de Yavhé y de sus apadrinados rabinos. Ese hombre-dios-antídoto debería ser sabio y bondadoso, y enseñar a los hombres que los rabinos estaban abusando de su poder, y debería entonces convencer a todos que Yavhé no era aliado de aquellos rabinos, sino de los demás hombres. Y entonces Muctabú, ya bastante confundido con tantas explicaciones contradictorias, diseñó a Jesús, pidiéndole a los cristianos que pasasen por su Cristo en 15 días.

Con la puntualidad de un reloj fino, Muctabú se aseguro de que Cristo llegase a Israel oportunamente, y de que cumpliese con las especificaciones acordadas en el contrato con los cristianos.

Y sucedió que Yavhé, seguramente molesto por las atribuciones que se tomó el semi-dios Jesús en Israel, se encargó de que su estancia en el planeta fuese inútil, y además de que fuese crucificado de mala manera. De esta forma, Yavhé evitó que Jesús interfiriese con sus planes de volver cristiana a la humanidad. Después de eso, Yavhé se cambio de nombre a Dios, y siguió generando hombres pecadores, insensibles e indiferentes, que cínicamente se autollamaban cristianos.

Cuando Muctabú se enteró del desastre causado por su falta de prudencia en el diseño de Yavhé, y de la inutilidad de su contraproducente Jesús, eliminó para siempre, de sus parámetros de diseño el término "omnipotente", y se dedicó a crear dioses menos pretenciosos y mas prácticos, como el dios Acataratá, el de los restaurantes económicos, o como el dios I Xú, el del herrero. Y también decidió, desde ese momento, vender a todos sus dioses prefabricados con un antídoto, una especie de interruptor electrónico que, en caso de falla, destruye su creación....para siempre. Desde entonces, Muctabú, el humilde confeccionista de dioses, duerme más plácidamente, a pesar de aquel grave error de su juventud.