Entro aquí para poder hablar de ti.
Y eso que te tengo a tres metros. Tres metros y dos puertas. Dos puertas separadas por un pasillo y diez susurros. Son los diez susurros que le sueltas al que te quiera oír esta noche. Y no soy yo.

Te tengo a dos puertas. Pero una se cerró hace tiempo. Quizá cuando comenzó el invierno. Quizá cuando terminó el verano. O cuando nos confundió la primavera.
Vuelve a oler a primavera, pero tu puerta no se abrirá. No se abrirá.

Leo otros nombres que me escriben. La pantalla del móvil se ilumina y me escriben. Pero no son tú. Si no son tú, ¿debo abrir esa puerta? ¿O debo quedarme a esperar a la próxima primavera?

Me dicen que no te espere. Que te idealicé. Igual que a tu puerta: esa hermosa nena de madera. Dicen que merezco mucho más. Quizá sea verdad.
Quizá solo espero que entres sin tocar, queriendo tocarme.

Te oigo hablar con él. De nuevo. Me pregunto si ya te habrá dicho todas esas cosas que quieres oír. Me pregunto si esa carcajada que acabas de soltar es genuina o si solo huele a esperanza.

Me pregunto si ya olvidaste todas las veces que reímos juntas. O si olvidaste aquella vez en la que se te escapó un "si fueras chico...". Quizá me equivoqué de deducción, pero eso solo olía a cobardía.

Quizá me equivoqué al esperarte.

Tres metros, dos puertas.