Ayer tuve un altercado con Archi, él no aceptó una crítica que le hice y ello derivó en una serie de insultos que ambos nos manifestamos.

Nunca me habían insultado de esa manera. Como no suelo andar por la vida insultando a la gente ni queriendo provocarla para mi esta fue una experiencia realmente negativa, ello me llevó a reflexionar y busqué un texto de un profesional que aborda el tema del insulto. Me pareció interesante, quizá un poco difícil de llevar a la práctica pero vale intentarlo para no pasar situaciones tan incómodas como la que viví ayer en este foro


"Toda buena comunicación nos liga y religa con los demás. Es la base de todo encuentro genuinamente humano.El ser humano es un ser vincular. Nadie crece y se desarrolla en total aislamiento. Este ser social implica la imprescindible necesidad de vivir y convivir con otros. De establecer la más fecunda comunicación posible. Para compartir y trasmitir experiencias, valores, proyectos, ideas, intenciones, impresiones, sentimientos.
Así, se forja con claridad la noción de que la comunicación es un pilar esencial y señero de la humanidad.
La buena comunicación es nutriente de la salud. La mala comunicación propicia nuestro enfermar.

Origen y noción del término insulto
Proviene del latín insultus, derivado de saltus: salto, brinco.
Insultare, extensión de salire (saltar) es saltar o precipitarse contra alguien. La misma raíz tiene la palabra asaltar. Se concluye, entonces, que el que insulta es un asaltante de humanidad.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, el término insulto tiene tres acepciones:
1.- Acción y efecto de insultar que, a su vez, significa ofender a uno provocándolo e irritándolo con palabras o acciones.
2.- Acontecimiento o salto repentino.
3.- Indisposición repentina que priva de sentido o de movimiento, accidente.
Coincido con las acepciones dos y tres, pues el insulto es un rapto repentino y brusco de ira con el cual uno se priva, momentáneamente, de sentido. Pero disiento de la primera acepción. Pues, ¿qué es en última instancia el insulto? Una opinión. Opinión adversa y desfavorable que se tiene sobre uno, pero opinión al fin. Y, por lo tanto, un estímulo negativo, de los tantos que, en el diario vivir, nos toca y debemos, aunque nos disguste, afrontar.

El porqué y el para qué del insulto
Toda persona que insulta lo hace porque se ha sentido herida, maltratada, despreciada, deshonrada o injuriada por ese "vil", "despreciable", o "incompetente malhechor" destinatario del insulto. Es una forma desubicada de intentar poner las cosas en su lugar. Un intento fallido de hacer justicia, que se frustra porque se cae en la venganza.
Los latinos dirían que está en un estado de infirmitas (enfermedad), es decir, de falta de firmeza y sanidad.
Por ello, el insulto es un rapto, un arrebato, un arranque de insanía, de insensatez, de falta de cordura. Si a ello se responde de la misma manera, se arriba al ojo por ojo y al diente por diente, para terminar –como diría Gandhi– en dos ciegos y en dos desdentados.

Modos de responder ante el insulto
El hombre es un hacedor de respuestas. Está destinado a dar respuestas ante las exigencias que la vida le plantea.
Ante el insulto recibido, como ante cualquier otra situación existencial, podemos responder de dos grandes modos:
- Modo enfermo: inapropiado, inadecuado e insensato.
- Modo sano: apropiado, adecuado y sensato.
En el modo enfermo de responder –que es como casi siempre lo hacemos– nos ubicamos como espectadores. Nos sentimos víctimas. Nos dejemos gobernar por la ira.
Para ilustrar esta situación pensemos en la siguiente imagen: el cuerpo es el carruaje, los sentimientos son los caballos, los pensamientos son las riendas y el yo es el cochero. Por más briosos que sean los caballos, el cochero es siempre el que maneja las riendas. Por más fuertes que sean los impulsos inconscientes, uno siempre es responsable de las respuestas que da. Por ello, ubicarnos como espectadores o víctimas es impropio de la auténtica naturaleza humana.

Este situarnos como espectadores ofrece, a su vez, dos variantes:
1) Como espectadores pasivos
2) Como espectadores activos.
En la primera, nos sentimos llenos de ira, pero impotentes e indefensos para reaccionar. No descargamos nuestra ira. La procesión va por dentro. Reprimimos lo que sentimos. Es el peor modo de responder. Las personas que así proceden tienen tendencia a la depresión, al cáncer, a las enfermedades autoinmunes e infecciosas, a la diabetes, etc.
En la segunda, sentimos, también, gran ira. Pero, a diferencia de la anterior, la descargamos. Luchamos en contra de lo negativo. Oponiendo violencia a la violencia recibida. Se lucha mal, pero, por lo menos se lucha.
Las personas que así proceden tienen tendencia a las enfermedades cardiovasculares.
Ambas variantes constituyen respuestas estereotipadas y fútiles, alejadas del fascinante despliegue de la verdadera envergadura humana.

Tenemos derecho a enojarnos cuando nos insultan?
Por supuesto que no. El derecho es lo justo, lo legítimo, lo razonable.
El arrebato contra el arrebato. El enojo contra el enojo. La violencia contra la violencia. El odio contra el odio. La injusticia contra la injusticia. No es, precisamente, ni lo justo, ni lo legítimo, ni lo razonable y menos aquello que conduce a los verdaderos fines de la vida.
Como aquel hombre que se autodefinía como pacifista porque odiaba la guerra, sin advertir que así la fomentaba. El que es auténtico pacifista ama la paz. Y éste es el verdadero derecho.

Modo sano de responder
Nos ubicamos como protagonistas. Asumimos con conciencia la responsabilidad de gobernar la situación que nos toca vivir.
Con una actitud libre y serena. Afirmándonos en nuestro centro, en nuestro núcleo de persona. Permitiéndonos autodistanciarnos y autotrascender.

(En 20 formas sanas de responder al insulto, Gabriel Jorge Castellá, Buenos Aires, San Pablo, 2003).