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El coche sin cochero
EL COCHE SIN COCHERO
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(Leyenda Cordobesa)
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Era en tiempos del Calicanto antiguo, donde hoy se erige la blanca Cañada que divide en dos la ciudad de Córdoba. Cuando el exótico murallón colonial de piedra bola exhibía su porte primitivo, de rusticidad agreste entre Cal y Canto. La cal serrana y los cantos rodados, que eran las piedras redondas que rodaban por las crecientes de los ríos cordobeses. Las laderas del Río Suquía proveyeron de aquel magnífico artesonado natural, de donde devino su nombre original.
Era entonces Córdoba una ciudad colorida y mucho más pequeña que la urbe actual, con este millón y medio de habitantes oprimidos entre sí por el vértigo moderno. El arroyo llamado “La Cañada” que desemboca en el río Suquía —luego de atravesar toda la ciudad— lucía antaño con orgullo esa muralla colonial de piedra redonda, dando cobijo a diversas leyendas. Su nombre para todos los habitantes de aquel tiempo era: “El Calicanto”. El cual estaba contorneado en ambas orillas por casas pintorescas que volcabánse, cual ramilletes de flores, luciendo sus balcones enrejados. Fue la delicia para los artistas plásticos que inmortalizaron este paisaje, como Oscar Meyer.
Puentecillos de medio arco unían sus dos orillas ornamentales. Zigzagueantes curvas —que la remodelación no supo conservar— alegraban este paseo citadino en la ciudad universitaria de aquel tiempo, amodorrada hasta entonces en sus ensueños estudiantiles y sus fantasmas propios.
Las escalerillas del Calicanto bajaban hasta su lecho terroso, donde en tibias siestas otoñales los niños jugaban a la pelota a su regreso de la escuela. Y el sacristán de la iglesia del Carmen —situada a su frente— descendía por ellas al atardecer hasta la orilla para alimentar con miguitas de pan los patitos amarillos que nadaban a toda prisa deslizándose de puente a puente, aguas abajo. Mientras las mamás patas empollaban sus huevos entre el murallón de piedra bola y los “churquis” de la orilla opuesta.
La ciudad crecía y se parapetaba alrededor de este paisaje bucólico, que sobrevivió en pleno centro ciudadano hasta la primera mitad del siglo XX. El murallón colonial abría antaño un tajo de piedra rústica dividiendo en dos la ciudad de los universitarios, cuando había más doctores y bohemios, y menos hombres mecánicos, con sus mecanismos a cuestas.
Pues la remodelación produjo la actual Cañada de bloques blancos tallados en cuadrados perfectos. Edificios de departamentos igualmente cuadrados, suplantaron a las casas coloniales con sus perfumes a diamelas.
En aquel tiempo del Calicanto circulaba muy tranquilo y orondo por la ciudad cordobesa: el conocido “Mateo de Sobremonte”, sin duda, el fantasma del coche versallesco del Marqués, su antiguo gobernador colonial.
Casi todos lo veían rondar en círculos la gran fuente, aquélla que un día decoró al coqueto Paseo del Marqués de Sobremonte... Y donde las juventudes románticas iban a remar. Una arboleda de plátanos con su tapiz dorado, cubríale en otoño el suelo enarenado de hojas amarillas, que al secarse crujían de noche bajo las ruedas del coche fantasma.
Elegante y hermoso con su toque borbónico, el Paseo del inolvidable Marqués —quien fue a finales del siglo XVIII su gobernador más progresista— erguíase altivo frente al Calicanto con todas sus finuras. Como contraste de dos distintas concepciones arquitectónicas (de lo rústico frente a lo rococó) juntos y asociados compartían mitos y leyendas. El fantástico “Coche sin Cochero” era hijo de ambos.
Pues para comienzos del siglo XX ya nadie recordaba el diseño de un carruaje del siglo XVIII, ornado de arabescos en oro sobre un fondo pálido. Y por referencia natural a lo conocido, a aquello que el citadino acostumbraba a ver diariamente, la vox populi lo transformó en “Mateo” o sea coche de plaza, tirado por caballos ....¡Visto de lejos cuando aterraba!
En las casas señoriales que estaban llenas de leyendas, el relato de esos mitos fantasmales rondaba por sus habitaciones, junto con la rueda del mate. Y cuando sus ocupantes sentían de madrugada el carro del lechero tirado caballos (que aún circulaba en pleno centro citadino al despuntar la aurora “para ordeñar la vaca antes de que el ternero se tome toda la crema” según dicho criollo)... las señoras, las sirvientas y los niños creían con espanto, escuchar al Mateo Fantasma.
Pero el “Mateo de Sobremonte” no existía. Sólo era —según los especialistas en fantasmas cordobeses— la materialización viviente (desde la cuarta dimensión hacia la nuestra) de una forma suspendida en el tiempo, del coche del Marqués. El carruaje versallesco del querido Marqués de Sobremonte, quien continuaba vigilando a su ciudad con la misma minucia y meticulosidad que él lo hiciera en sus tiempos de gobernador colonial. Ese tiempo dorado y añorado por los viejos cordobeses, cuando él levantó esta ciudad de la ruina (asolada por la expulsión jesuítica) lanzándola hacia el progreso.
Córdoba habíase transformado al fin, con el nuevo siglo, en lo que él deseara para ella. Y por eso el Marqués gustaba venir a visitarla, como un amante a su dama: ...De noche y partiendo con las luces del alba.
Pero el “coche fantasma” blanco y versallesco (o negro mateo) no llevaba cochero. Era ésta su especial condición.
“¡Cuidado con un coche cuyo caballo camine sin cochero!”— Era la continua advertencia.
Pues igual a la leyenda de Zupay (el diablo criollo) vestido de gaucho rico con traje obscuro, luciendo en la cintura una rastra de plata y oro, muy altivo sobre su potro negro el cual sacude airoso su cola azabache… ¡era muy peligroso aceptarle un convite! Cuando Zupay prestaba su bellísimo pingo negro, a algún admirador desprevenido, el potro galopaba sin parar “llevándose a ese cristiano derechito pal infierno” ...
¡De la misma manera era muy peligroso un coche sin cochero! Aquel pasajero que subiera distraído al “coche sin cochero”, por simple descuido, creyéndolo un mateo de alquiler, ya no podría bajar más de él, ni nadie iba nunca a volver a verlo.
Sin duda, el susodicho pasearía ahora muy solemne y erecto por cielos encantados, libando con un Marqués, pero sin poder retornar nunca más a su domicilio de burgués, obrero o bohemio. Quienes eran habitualmente los clientes que acudían de noche en busca de mateos. O quizás algún otro, anhelante y con exceso de imaginación, subiríase a un mateo olvidado por el conductor, frustrándose en el intento. Pues no llegaría a alcanzar dicho beneficio nobiliario, ya que el cochero apareciendo de improviso, lo llevaba de regreso a su casa para integrarse a su rutina habitual.
De este modo acontecía que cuando algún Mateo por descuido del cochero (quien habíalo atado a la ligera) comenzaba a rodar sin rumbo por aburrimiento del mismo caballo, sucedía lo imprevisto ...¡Y entonces venía lo bueno!... Podía el buen rocín recorrer la ciudad entera que nadie (siendo de noche) ni la policía, ni tan siquiera un “cana”, se animaba a pararlo. Por suerte, como el caballo siempre “tira para su querencia”, él solito y paso a paso, volvía al fin a su redil.
Eso sí, en aquellos comienzos del siglo XX …¡Guay!... (dicho en criollo, en buen romance y en el castellano del Cid Campeador) que alguien iba intentar en horas nocturnas sujetar o subir a un “Coche sin Cochero”. Podía el pobre jamelgo atravesar la ciudad entera, que nadie lo detendría. Y el cochero a pie, también tendría que volver a su querencia pensando que bebió “giniebra” más de la cuenta en el boliche, debido al frío invierno.
De esta manera, ningún Mateo en las horas nocturnas, esperaba clientes en derredor del Paseo Sobremonte.
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Con mis primas solíamos regresar al atardecer, siendo niñas, bordeando la vera de La Cañada en dirección a la casa de nuestra abuela, y pasábamos frente al Paseo Sobremonte. Ya no existía el antiguo Calicanto, pero aún se conservaban sus mitos y leyendas fantasmales. Como era la hora indicada para dar comienzo a las mismas, nos quedábamos agazapadas intentando verlo pasar. Yo, que era en el grupo la más pequeña, contenía muda mi aliento, por miedo al coche fantasma.
Teníamos temor de dejarlo a nuestra espalda, como si en verdad pudiera perseguirnos. Siendo que la leyenda refería que el “coche sin cochero” sólo rondaba en círculos a dicho Paseo Sobremonte. Los bultos que veíamos a esa hora en realidad, eran simples transeúntes, abogados la mayor parte, pues allí habíase edificado el Palacio de Justicia (a cuya construcción se atribuye la desaparición del rodado fantasma) ¡Y poco o nada tenían estos muy circunspectos doctores, de mágicos!
De pronto una de ellas palidecía. Ponía los brazos muy tensos y comenzaba a mover los labios en forma temblorosa. Y luego, con voz débil y entrecortada, decía : ——“Lo veo ...se mueve”
¡Y salíamos corriendo en loca carrera!
??Alejandra Correas Vazquez???
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