Cita Iniciado por Jandulilay Ver Mensaje
¿Qué opinaba yo de la religión antes de empezar mi carrera científica?
Fui ateo desde pequeño, y mi padre solía burlarse de los sacerdotes de Dios,de las religiones y me gradué en Biología y Química en 1963.
En mis años de formación consideraba que la teoría de la evolución explicaba la diversidad biológica.

¿Podría decirnos algo sobre su carrera científica?

En mis trabajos postdoctorales estudié las propiedades químicas y eléctricas de las sinapsis nerviosas. Investigué también las neuronas, las bombas de excreción ligadas a la membrana celular, los trasplantes y la desensibilización farmacológica.

Muchos de estos trabajos han visto la luz, y algunos son ya un clásico. Con el tiempo formé parte de la Uená spolenost de la República Checa, una asociación científica selecta.
Después de la Revolución de Terciopelo, en diciembre de 1989, entré como profesor en la Universidad Karlova y se me permitió viajar a países occidentales para reunirme con otros colegas, algunos de los cuales eran premios Nobel.

¿Pensó en la figura de Dios alguna vez?

En cierto modo sí. A veces me preguntaba por qué muchas personas cultas, entre ellas algunos de mis profesores, eran creyentes, aunque no abiertamente debido al régimen comunista.
Para mí, Dios era invención del hombre; además, estaba indignado por las atrocidades cometidas en nombre de la religión.

¿Cómo cambió de parecer sobre la evolución?

Comenzaron a invadirme las dudas al estudiar las sinapsis. Me caló hondo la asombrosa complejidad de estas aparentemente sencillas conexiones entre las células nerviosas. “¿Cómo es posible que las sinapsis y los programas genéticos que las controlan sean producto del ciego azar?”, me preguntaba. La verdad es que no tenía sentido.

Luego, a principios de la década de los setenta, asistí a una conferencia de un famoso científico y profesor ruso, quien aseguró que los organismos vivos no proceden de mutaciones casuales ni de la selección natural.
Uno de los presentes le preguntó cómo podía estar tan seguro. Y el profesor, sacando del bolsillo de su chaqueta una Biblia en ruso y sosteniéndola en alto, respondió: “Lea la Biblia, especialmente el relato del Génesis sobre la creación”.

Más tarde, en la recepción, le pregunté al profesor si decía en serio lo de leer la Biblia. En esencia contestó: Las simples bacterias se dividen cada veinte minutos más o menos y poseen muchos centenares de diferentes proteínas, cada una de las cuales contiene veinte tipos de aminoácidos organizados en cadenas que pueden alcanzar cientos de eslabones. La evolución de las bacterias a base de sucesivas mutaciones favorables tomaría muchísimo tiempo, mucho más de tres o cuatro mil millones de años, el tiempo que muchos científicos creen que lleva la vida en la Tierra”. El profesor opinaba que lo que decía el libro bíblico de Génesis era más lógico.

¿Qué efecto tuvieron en usted los comentarios del profesor?

Sus observaciones, aunadas a mis persistentes dudas, me impulsaron a comentar el tema con varios amigos y colegas creyentes, pero no me convencieron sus ideas. Un día hablé con un farmacólogo que era testigo de Jehová. Pasó tres años dándonos clases bíblicas a mí y a mi esposa, Ema.

Dos cosas nos sorprendieron. Primero, que el cristianismo tradicional tiene muy poco en común con la Biblia. Segundo, que la Biblia, aunque no es un libro científico, en realidad armoniza con la ciencia verdadera.

¿Le ha impedido su cambio de opinión seguir con sus investigaciones científicas?

No, en absoluto. Todo buen científico, sean cuales sean sus creencias, debe ser lo más objetivo posible. Pero mi fe me ha cambiado. En vez de ser extremadamente autosuficiente y competitivo y estar orgulloso de mis habilidades científicas, se las agradezco a Dios. Además, ya no atribuyo indebidamente los asombrosos diseños de la creación al ciego azar, sino que, al igual que otros muchos científicos, me pregunto: “¿Cómo hizo Dios esto?”.

Al igual que otros muchos científicos, me pregunto: “¿Cómo hizo Dios esto?”
Lo que hace el desconocimiento.

En los años 60 del siglo XX nace la neurociencia como un estudio interdisciplinar.


Época moderna


A partir de la década de los 60 del siglo pasado se dieron pasos agigantados en el estudio del cerebro, debido en gran medida a los avances tecnológicos. Por ejemplo, se desarrollaron escáneres que permitieron saber cómo es y cómo funciona este órgano. En años posteriores las investigaciones sobre él fueron enfocadas a la cognición humana (aprendizaje, memoria, percepción, etc.).

Como parte de este recorrido es posible establecer tres etapas: en la primera, que comprende hasta mediados de los 80, domina la metáfora del cerebro como un ordenador computacional; la segunda es la del conexionismo (modelos de redes neurales), en los años 80; y la tercera se ubica en los 90, época conocida como la década del cerebro.

La década del cerebro se caracterizó por la mezcla de diversas ramas del conocimiento, cada una con un interés en particular respecto a alteraciones neurológicas como Parkinson, Alzheimer, neurofibromatosis, entre otras. Así, fue posible implicar al sector político y social en la investigación neurocientífica, desarrollar sistemas de inversión federales y concienciar a la opinión pública sobre la importancia de las enfermedades neurológicas.


Desafíos

La neurociencia está actualmente entre las disciplinas más dinámicas de la biología moderna. Hasta el momento se ha logrado un avance notable en el conocimiento sobre el funcionamiento del sistema nervioso en condiciones normales o patológicas. Los investigadores han entrado en una especie de debate por saber cuál es el desafío más grande de las neurociencias, desafíos entre los que podemos mencionar:

a) Saber cómo se crean los pensamientos, qué origina la toma de decisiones que generan acciones particulares.

b) Comprender de manera eficaz las funciones normales del cerebro, para atender los desórdenes cerebrales que tienen impacto en la sociedad.

c) Desarrollar métodos que mantengan la integridad física y funcional de las células cerebrales.

d) Hallar substancias que permitan la regeneración de células dañadas.

Esta lista podría extenderse en demasía.. Lo cierto es que entre más conocimiento se tenga sobre nuestro cerebro, estaremos más cerca de conocer una parte significativa de nuestra existencia.