¿De verdad existió Jesús de Nazaret?

El debate más encendido en los estudios del cristianismo primitivo es el referido a la historicidad de Jesús. ¿Existió realmente Jesús, nacido en Galilea y sacrificado por las autoridades romanas?

Unos dos mil millones de personas en todo el mundo se declaran cristianas. Ortodoxos, católicos, protestantes y anglicanos, junto al resto de variantes del cristianismo, tienen en común la figura de Jesucristo. Para los creyentes, Jesucristo es Dios.

La pregunta por la existencia de Dios no tiene sentido histórico, en la medida en que no cabe ser respondida por la historia. Será cuestión de fe creer o no en Dios. Así como también será cuestión fe creer o no en Jesucristo, persona divina, híbrido entre el Cristo celestial de los evangelios y una persona humana, Jesús.

El caso de Jesús de Nazaret es diferente, ya que es descrito como una persona de carne y hueso sobre la que cabe preguntarse si existió realmente o no. Cuestión que mantiene vivo un intenso debate en los círculos académicos teológicos e históricos, especialmente desde finales del siglo XIX y comienzos del XX.


La hipótesis del mito de Jesús

Entre quienes plantean que Jesucristo no tiene un fundamento real e histórico en una persona humana, están los defensores del origen mítico de Jesucristo. Según ellos, la figura cristiana conocida como Jesucristo no tuvo como referente a un predicador terrenal llamado Jesús, porque, sencillamente, tal predicador nunca existió.

Los argumentos de esta hipótesis son variados, pero sus defensores suelen coincidir en algunos aspectos clave. En primer lugar, no hay evidencias arqueológicas directas de la existencia de Jesús. Tampoco escribió -que sepamos- nada, ni existen relatos contemporáneos a Jesús que lo mencionen. Todas las referencias históricas de Jesús con las que contamos se compusieron décadas más tarde de su muerte, la mayor parte entre 50 y 70 años después de morir Jesús.

Los evangelios incluidos en el Nuevo Testamento de la Biblia, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, narran la vida, ministerio, crucifixión y resurrección de Jesucristo. Aunque son, junto con las cartas de Pablo, la principal fuente de información biográfica sobre Jesús, ninguno de sus autores fue testigo de los acontecimientos narrados. Hechos que presentan no pocas contradicciones.

En segundo lugar, la hipótesis del Jesús mítico suele sostener que Jesús comenzó siendo una figura alegórica y simbólica del mesías que, idealizado como ser celestial, se revistió después de una historia inventada, producto de interpretaciones erróneas. Incluso hay quienes apuntan a que Jesús es en realidad una amalgama de personas combinadas en una sola figura.

Uno de los autores más influyentes en la tradición del Jesús mitológico fue el historiador y filósofo de la religión alemán Arthur Drews, que revolucionó el estudio en este campo con la publicación de su libro El mito de Cristo (1909), en el que negó la existencia de un Jesús histórico. Sus tesis son avaladas en buena medida por el escritor canadiense Earl J. Doherty y el profesor estadounidense Richard Carrier, actuales representantes de la hipótesis del mito de Jesús.

No obstante, están en minoría. La mayor parte de los expertos actuales en cristianismo primitivo defienden la existencia de un Jesús histórico. Y lo hacen al margen de sus creencias personales.


Contra el mito, la hipótesis del Jesús histórico

Para esclarecer un poco la figura del Jesús histórico es preciso hacer un análisis lo más objetivo posible, comparar las fuentes y elaborar una profunda crítica textual, que requiere un dominio de lenguas clásicas, especialmente el griego antiguo (en el que están escritas las versiones más antiguas conservadas del Nuevo Testamento), el hebreo bíblico y el latín. Todo ello para distinguir al Jesús del evangelio (Jesucristo) del Jesús histórico.

Una de las claves que permiten a los especialistas sostener, de forma razonable, la existencia de Jesús de Nazaret es lo que se conoce como criterio de atestación múltiple, a veces llamado método transversal. Dicho método consiste en dar más fiabilidad a los acontecimientos históricos que sean informados por más fuentes, sobre todo si son fuentes lo suficientemente diversas e independientes.

En el caso del Jesús histórico, obtenemos las pistas más valiosas en las fuentes no cristianas; concretamente, de autores romanos que mencionan a Jesús en sus obras: Suetonio, Plinio el Joven, Flavio Josefo y Tácito. Los dos últimos son de especial relevancia.

El historiador romano de origen judío nacido en Jerusalén Flavio Josefo (c. 37 - c. 100), menciona a Jesús en dos ocasiones, en su monumental obra Antigüedades judías (???????? ???????????, en griego antiguo). Algunos de los pasajes de las citas fueron interpolados por autores cristianos, que añadieron información con posterioridad, lo que invalida parcialmente los testimonios. En cambio, otros son considerados genuinos por parte los eruditos modernos.

También el historiador y senador romano Tácito (c. 55 - c. 120) menciona a Jesús, en sus Anales, señalando que Cristo “sufrió la pena extrema durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato”. Que aluda a la crucifixión de Jesús tiene un notable valor, dada la fama de historiador escrupuloso que tenía Tácito y, sobre todo, porque despreciaba con encono al cristianismo. Casi todos los expertos actuales consideran que el pasaje es genuino, atendiendo a que el lenguaje y estilo son distintivamente tacitanos.


Bautismo y crucifixión, las dos claves de la historicidad de Jesús

Que ni siquiera los opositores romanos a la naciente secta cristiana negaran al Jesús humano, es un signo de historicidad, a juicio del experto estadounidense en estudios bíblicos y Nuevo Testamento Bart Ehrman, para quien la crucifixión es uno de los pasajes clave en la vida del Jesús histórico.

La hipótesis de un Jesús mítico parece difícil de sostener si tenemos en cuenta que la tradición judía, anterior al comienzo del cristianismo, era ajena a la idea de un mesías crucificado. No solo eso, sino que fallecer en la cruz era, para los judíos, la más degenerada y vergonzosa de las muertes.

Si realmente nunca hubo un Jesús histórico, resulta difícil explicar de dónde proviene este extraño elemento de la crucifixión, sin precedentes en la tradición judía y tan inconveniente en el relato sagrado. Una forma de explicar que su mesías fuera crucificado es que un hombre real, un judío, fuera en efecto clavado a la cruz. Un judío que, además, se proclamó el mesías, el rey. Motivo por el que su cruz pudo llevar grabada la inscripción latina INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudæorvm, “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”).

Por estas razones, Ehrman señala que, si bien los estudiosos discrepan respecto de muchos episodios concretos de los relatos bíblicos (que son relatos teológicos antes que históricos), suelen concordar en la fiabilidad histórica de dos momentos muy marcados de la biografía del nazareno: la ya citada muerte en la cruz y el bautismo.

El bautismo de Jesús recibe un tratamiento dispar en los evangelios. Por ejemplo, en el evangelio de Marcos, el más antiguo de los evangelios canónicos, Jesús es descrito yendo al río Jordán y siendo bautizado por Juan el Bautista. En cambio, en el evangelio de Juan, Jesús es representado como un mesías preexistente, un ser místico y celestial, por lo que la idea misma de que Juan el Bautista bautice a Jesús resulta bastante incómoda para Juan el evangelista. Que haya versiones distintas, escritas en momentos diferentes de un naciente cristianismo, es un indicio de que el bautismo y la crucifixión de Jesús pudieron suceder de verdad.

Para autores como el catedrático español Antonio Piñero, filólogo clásico y reconocido experto en cristianismo primitivo, el consenso prácticamente unánime de los eruditos de la antigüedad más competentes, sean o no cristianos, es que Jesús fue una persona real, un predicador judío que nació seguramente en Nazaret (Galilea, en la zona norte del actual Estado de Israel), en el siglo I.

Si atendemos a la voz cantante entre los más reputados expertos del mundo en la materia que nos ocupa, parece probable, en conclusión, que Jesús existió de verdad. No el Jesucristo de los cielos, sino un hombre sencillo, de carne y hueso, un judío fariseo llamado Yeshua ben Yosef (Jesús, hijo de José), que fue carpintero, tuvo al menos un hermano, recibió el bautismo por parte de Juan, fue seguido por discípulos y, al final de su vida, creyó ser el mesías-rey que Israel esperaba, razón por la cual fue condenado por sedición.

Ajeno a cualquier deseo de fundar ninguna religión, ese Jesús histórico nunca fue consciente de que su figura, discutida hasta la saciedad, inspiraría la religión en la que se educan miles de millones de personas en todo el mundo, dos milenios después de que exhalara por última vez.


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