Iglesias evangélicas, franquicias de fe neoliberal


Llegadas desde los EE UU en los años 70 del siglo pasado, el avance de las iglesias neopentecostales —también llamadas evangélicas— en América Latina en las últimas décadas parece imparable.

El actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, político oriundo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), acaba de protagonizar un autogolpe cívico-militar y lo ha hecho con la fe del converso. Después de ingresar en el parlamento rodeado de policías y militares, se sentó en la silla presidencial y ordenó el inicio de la sesión “amparado por un derecho divino”, según propias palabras. A renglón seguido se entregó a una oración, después de lo cual abandonó la sala para salir al encuentro de cientos de seguidores que lo vitoreaban en el exterior del recinto. El mandatario ha venido contando con el apoyo explícito de las iglesias evangélicas salvadoreñas.

Asimismo, en las recientes elecciones presidenciales peruanas el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP), brazo político de la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal (AEMINPU) saltó al plano institucional consagrándose como la segunda sigla más votada. Poco antes, durante el golpe militar en Bolivia, la presidenta de facto —Jeanine Añez— asumió el cargo biblia en mano con una explícita declaración de fe: “Dios ha permitido que la Biblia vuelva a entrar a Palacio. Que Él nos bendiga”, proclamó. Mientras, un coronel del ejército boliviano —entre vítores— afirmaba en un vídeo “reivindico y consagro a las fuerzas armadas de Bolivia para Jesucristo”. El hecho de que, desde su Constitución de 2009, Bolivia se asuma como un estado laico, amplifica la gravedad del gesto destituyente de ambos.

La concatenación de estos episodios señala –en la esfera religiosa- una creciente influencia de las iglesias neopentecostales y el paralelo eclipse del catolicismo y, en el plano político y cultural, la cada vez más firme implantación de aquellas. Lo analiza detalladamente el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) en su informe “Iglesias evangélicas y el poder conservador en Latinoamérica”. Estas expresiones hacen gala de un discurso conservador y ultraderechista, de corte autoritario. Y se posicionan como alternativa antagónica a los movimientos populares en favor de la (re)conquista de derechos sociales y políticos perdidos y otros por conseguir en favor de sectores de reciente visibilidad, como el feminismo, el movimiento LGTBI, minorías racializadas, y excluidos en general.

Este evangelismo oficia de soporte de gobiernos neoliberales como los de Sebastián Piñera (Chile), Jair Bolsonaro (Brasil), Lenin Moreno (Ecuador), Iván Duque (Colombia), Mauricio Macri (Argentina) y al actual golpismo boliviano. Y su influencia crece de forma sostenida en República Dominicana, Costa Rica, México, Guatemala y Perú. Sus mensajes se transmiten por radio, televisión y redes sociales, a través de un aparato mediático que se financia con aportes de los feligreses y, en algunos casos, de grupos empresariales.