LOS DUENDES MISTERIOSOS NUNCA CALLAN

Candás, cuando despunte el brillo claro que quieren las auroras en el cielo, dirá al azul el gris de cada nube. Dirá el azul al gris, y, en las alturas, bordando la bandera de los mares, veremos mil bandadas de garruchos. Y todos esos pájaros que vuelan, corriendo los espacios, harán feudo de todos los pedreros de la zona.
Candás, cuando se encienda un horizonte lejano como el ponto misterioso, sabrá mostrar sus playas y cantiles. Sabrá mostrar sus playas, y, en la arena, podréis escuchar voces que repiten el canto de las olas moribundas. Y el canto de las olas moribundas también será un ensueño en vuestras manos, si acaso es que encontráis la caracola.
Candás, con el bostezo que dejaron las luces del color del alborada, podrá beber los ecos de la espuma. Entonces serán coro los charranes y habremos de advertir que las gaviotas se suman con pasión a su alboroto. El mar regala raros episodios de dichas y tragedias a las rocas que cierran el paisaje de Carreño.
Y, en esta sinfonía marinera que vengo componiendo con palabras, tendremos nuevas brisas de verano. Y toda esa alegría veraniega traerá las esperanzas al pesquero que aguarda la costera de bonito. El mar tiene caprichos agradables, si no es que entona un canto de galerna con voces que amenazan duramente.
De todos modos digo lo que pienso, y, al tiempo que los mares se me vuelven delicias exquistas, yo me adentro: también tiene Carreño bosques bellos, hermosos como el claro de la luna, cuajada de misterios de otros siglos. Decís que soy romántico, no en vano, y soy como esas gentes de otros tiempos, hablándole al ayer de la Edad Media.
Hablándole al ayer de la Edad Media... Y en tanto somos gente de estos días de industrias y de raros artilugios. Lo quiere así el capricho del progreso, que niega la belleza a lo bucólico, si invita a regresar al tiempo arcaico. Y yo sueño castillos en los montes y siento que es momento de corceles, de damas y combates a deshora.
También los duendes cantan sus canciones: las hadas y dragones los escuchan y Asturias tiene magia para rato. Pensad en cada xana, en cada cuélebre, soñad que cada cuélebre lo dice, si quiere repetir algún romance. Y quiere repetir algún romance: los cantos de don Bueso, por ejemplo, sirvieron en los tiempos de la abuela.
Y quiero hablar de bosques en los bosques, y ser con esos boques otro bosque, perdido en la enramada de mis árboles. Y quiero ser un árbol entre tantos, dormirme, como siempre en el otoño, los viejos castañares de la zona. Pero el verano arrima su alegría, nos llena de esperanza y nos engaña con esa voz hermosa de soprano.
Con esa voz hermosa de soprano... Con esa voz hermosa de soprano, repito, los veranos nos engañan. Y somos como parte de la arena, y ardemos con la arena, con la tierra, con playas, precipicios y bahías. Perán, donde pescábamos cangrejos, mantiene casi intacta su hermosura: el tiempo no le impuso su derrota.
El mar, el bosque, todos los paisajes que ve, al pasar, el tren, cuando los cruza son parte de la mente del poeta. Y vemos que el poeta los repite con prosas y con versos que se entonan al aire que es testigo de sus ecos. El caso es que, al final, este discurso, con algo de locura entre mis labios, evoca en libertad esos lugares.
Y hablar de esos lugares se hace bello, precioso para el alma del sabihondo que quiere pronunciar tanta hermosura. Los cólchicos de otoño están ausentes y julio vuelve alegre con la brisa, después de los inviernos desolados. Diréis que hablo de más, pero lo cierto, si debo confesarlo, es que no engañan las voces que me dicen estas cosas.
Los duendes misteriosos nunca callan.

2021 © José Ramón Muñiz Álvarez

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