Para Nacho Rodríguez, otra vez.

Delibes nos diría que volviésemos, que el mundo natural está esperando, que todos los helechos son hermosos. Él era un cazador en esos reinos de magias, de ficciones, de palabras, de líneas que no cesan, de relatos. Y en esas líneas suyas siempre vimos mochuelos, jabalíes y rapaces que vuelan por los cielos españoles.
Y el caso es que Delibes nos diría que es justo caminar por los caminos que antaño caminaron los más viejos. Las barbas de ermitaño nos lo dicen, lo dice el aire puro entre los árboles y el canto del cuclillo, si se asoma. Y yo conozco el canto del cuclillo, y alcanzo al azulón con una vista que muere envejecida, sin embargo.
Y el caso es que Delibes nos diría que, con la primavera, vuelve todo: las aves, las palmípedas, las nubes... Y es ello ver las nubes desfilando, corriendo a su destino, sosegadas por vientos que se apuran cuando soplan. Y es bello ver las aves, siempre libres, por esos cielos donde hay nubarada, pues no todo es Castilla, he de decirlo.
Delibes hablaría de Castilla, Delibes hablaría de su tierra, y el caso es que no soy un castellano. Las mías son las brumas del Atlántico, las nieblas que no visteis en Castilla -es raro que haya nieblas en Castilla-. Delibes hablaría de lo suyo y el mío es otro reino muy distinto, cuajado por helechos y eucaliptos.
Y Asturias, que no es tierra de Delibes, también tiene las plumas que la cantan, y tiene costas bellas y oportunas. Paseo por la tierra de mis padres y siento muchas veces que esta tierra también merece versos y hasta prosas. Y sé que aquí se cazan los relatos que ayer cazó Delibes en su tierra, buscando la aventura frente a todo.
Y yo, al buscar también esa aventura, compongo a veces versos, a mi antojo, que soy amante del endecasílabo. Y vienen los sonetos a mi mente, y quiero yo cazar, como a los patos, las raras ocurrencias que se acercan. No en vano, en cada charca hay un recuerdo que vale para hablaros de leyendas del mundo que murió con los astures.
Y yo, leyendo un libro de Delibes, también conozco el mundo que me toca, la Asturias en que vivo y me deleito: lo mismo da la costa que los montes, y, hablando de los montes, en los Picos, parece uno tener Alpes hermosos que se abren a los ojos que los miran, que se abren a las bocas que los dicen, que quieren ser palabra pronunciada...
Y yo, leyendo libros de Delibes, contemplo ese Carreño que no es mío y el mar de ese Carreño que es de todos. Porque, al mirar el mundo, los poetas contemplan el lenguaje y la palabra que son un patrimonio para el mundo. Y así, Delibes sigue regalándonos vivencias que poblaron el lenguaje y esperan ser vivencia en el lenguaje.
También yo soy vivencia en el lenguaje, como lo puso ser Delibes cuando quiso, y el Nini y el Mochuelo, algunas veces. Y somos la vivencia en el lenguaje si vemos azulones y advertimos al glayo cuando canta entre las frondas. Y sé que, si anochece en nuestra tierra, no faltarán los cantos del autillo que supe amar un día en la buhardilla.
Candás, Carreño, todos los paisajes, el agua del Noval, que corre lento, su voz triste, melosa y apagada. Pero esta es una tierra muy distinta: Castilla queda lejos y este mundo son horas de camino diferente por tierras donde brotan hontanares, y tengo un manantial cerca del bosque que, a veces, me sorprende con los duendes.
Delibes nos diría que volviésemos al mundo de los verdes más intensos que trajo al cazador la primavera. Delibes nos diría que volviésemos a sendas de un pasado que es presente y a ser como el zorzal en plena tarde. Y al ser como el zorzal en plena tarde, Delibes nos diría que el oído también tendría un algo en esta historia.
Volver a escuchar pájaros es bello...

2022 (c) José Ramón Muñiz Álvarez.