BRINDIS en CORDOBA
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por Alejandra Correas Vázquez

1813. Las calles coloniales cordobesas mostraban su empedrado y sus faroles. Sus tejas. Su Calicanto. Su Cabildo y su Campo de Marte.

Por aquellos días un Chasqui tocó las manos en la casona ciudadana de familia Correas de Larrea, situada en proximidad al Calicanto. El caballo del Chasqui encabritado por los ladridos de los perros guardianes y las protestas de los mulatos que hacían de porteros, no fue un misterio para nadie. Todos habían notado su presencia.

Era una siesta ventosa y seca, que amarilleaba el camino. Terrosa. El poncho del Chasqui empolvado, confundíase con su rostro cetrino. Recibió su paga y propina con “yapa” de manos del mayoral (un mulatón) y volvió a partir. El mensajero portaba una carta lacrada que debió dejar en manos de aquel negro angola fornido, mirándose ambos con desconfianza. Los perros callaron cuando hubo partido.

La carta lacrada contenía un extraño anuncio. Estaba firmada por un hermano del dueño de casa (ambos mendocinos) –Don Ignacio– quien a la sazón vivía en el Puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Ayres... Don Josep Orencio a quien iba dirigida, radicado éste último hacía dos décadas en Córdoba, leyó su contenido con sumo asombro... y quedóse meditando. Los tiempos eran tensos y en esta ciudad universitaria vivíase mal. Pues Fernando VII de regreso al trono desde el exilio había abolido ese año la Constitución. La ciudad sufría.

Don Ignacio le comunicaba en ella a su hermano Orencio, la llegada de un huésped recomendado por él. Un viajero. Alguien a quien nadie en Córdoba conocía.. Para ello escribía a su hermano recomendándole sus atenciones y mentada hospitalidad. Cuando uno se remonta hacia aquellos tiempos en una Sudamérica colonial y patriarcal, hecha de encomenderos, oidores y virreyes, se halla ante un concepto de familia y compromisos filiales, que se cumplían como leyes de estado. El interés por la comunidad –porque era más pequeña– introducía dentro de ese ámbito cerrado a los miembros de familias como a participes de la vida societaria. Como ejecutores de los acontecimientos vitales de una ciudadanía.

Ignacio solicitaba a su hermano Josep Orencio facilitarle a dicho huésped toda la ayuda necesaria, en la medida de lo posible e intentando lo imposible, por cuanto este huésped era especial. Tratábase según le comunicaba por escrito, de “algo” de gran importancia, más que de alguien en figura misma.

En aquellos momentos apacibles en Córdoba luego de inmensas tristezas, quedaban en la ciudadanía consecuencias muy claras de un abatimiento, porque era una ciudad universitaria que habíase embanderado en el apoyo a la Constitución. La defendieron con garra, como un progreso, como una medicina para las heridas dejadas por Carlos III de Borbon cuando destruyó la obra jesuítica encadenando a los profesores de Córdoba... Y fueron después los cordobeses acusados de “bonapartistas”... Con sangre derramada. Todas las casas citadinas estaban de duelo desde hacía tres años y se desconfiaba de cualquier persona llegada desde afuera. Incluso de los Chasquis. Ya no se les ofrecía ni el mate ni mazamorra.


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