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Tema: SOMBRAS Y LUCES (Parte 2)

  1. #1
    Fecha de Ingreso
    29-febrero-2012
    Ubicación
    Córdoba-Argentina
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    295

    Predeterminado SOMBRAS Y LUCES (Parte 2)


    SOMBRAS Y LUCES
    .................................

    (Parte 2)

    (Siglo XVIII- Córdoba del Tucumán)

    por Alejandra Correas Vázquez

    DIÁLOGOS
    ................

    Manuela sirvió el mate de la puesta del sol. Aromático y menos cargado de yerba. A su alrededor la ciudad de Córdoba, enigmática, sentía la ausencia de Sobremonte. Un manto mistérico cubríala, como retornándola a sus antiguos habitantes, profesores, alumnos, monjes, libros, bibliotecas, aquel tiempo pasado de los jesuitas.

    El perfil aquilino de Alfonso y su frente muy alta, recortábase sobre una pared en punta de esquina. En ese dibujo formado por su sombra, Desideria creyó advertir una nueva figura imprecisable, que pareciera esta vez querer comunicarse con ella y hablarle. O quizás defender sus derechos de habitar en aquella gran casa de piedra ¡Como fuera durante tanto tiempo! Años. Décadas. Centenios.

    Ella lo veía escurrirse, evadirse, esconderse. Siempre aquellas figuras parecían salir de las esquinas de las paredes, como si desde ese límite doble, hubiese una puerta entre dos mundos. No deseando fijar en él su mirada, temerosa de que volviera a huirle, ahora que había logrado retenerlo en imagen aérea y transparente —y ansiando además mantener su presencia entre ella y Alfonso como testigo único— simuló mirar hacia el enrejado de la ventana.

    —“¿No merezco tu mirada?”— le preguntó inquieto Alfonso

    —“Has abandonado todo el año a Desiderita, tu hermana”.

    —“He actuado a favor tuyo, para no apartarla de tu lado”— replicó él

    —“La has abandonado a ella, como antes me abandonaste a mí”—respondióle ella, con firmeza.

    En aquel momento Desideria puso la mirada en los ojos de su primo, para volver a esquivarlo, antes de que fugase el fantasma del Jesuita.

    El silencio envolvente permitió a Manuela traer dos mates seguidos y luego apartarse. La figura aérea y togada comenzó a deambular por el recinto posándose con lentitud sobre uno de los asientos, antiquísimo y tallado, como si indicara que aquél era antaño su sillón preferente. Luego, Alfonso continuaría el tenso diálogo:

    —“Fueron otros tiempos. Demasiado distintos.”

    —“Todo era igual para mí— replicó Desideria —Yo te aguardaba. Era la misma casona natal. La misma Merced. Los mismos mulatos. Los mismos gauchos. El mismo ganado”.

    —“No lo dudo, dentro de la Merced nada podía cambiar”.

    —“¡Pero de improviso te evaporaste como una nube de humo!”

    —“Eran otros tiempos. Eran otros los motivos”— insistió Alfonso

    —“Los caballos del carruaje que te transportaba hasta Lima dejaron sus huellas marcando en el camino, alguna pequeña presencia. Y yo caminaba sobre esas huellas hasta la tranquera donde se perdían por el Camino Real... Pero eran mejor que tu ausencia total. Que el vacío. Que la nada”.

    —“Era una lejanía que yo tampoco había calculado. La decidió mi padre enfrentado con el final del gran Virreinato del Perú, cuando Córdoba dejó de pertenecer a él”— y expresóle aquello con voz vibrante

    —“Pero la Merced aún estaba en pie yo dentro de ella, aguardándote”

    —“¡Queríamos asirnos a Lima! Deseábamos conservarnos junto a ella, como cabeza dirigente. Así lo pensó mi padre y yo lo acepté. Luchábamos por no perderla, como los huérfanos que se rebelan contra el destino irremediable”— Alfonso se había erguido y caminaba.

    —“Tenías que elegir entre Lima y yo... Y elegiste a Lima”.


    Manuela estaba escondida en el corredor, dudosa de servir un nuevo mate. Cuando el silencio se adueñó otra vez del ambiente, acercóse de prisa antregándoselo a Desideria, para tomarla con disimulo, pero fuertemente, de las manos. El Jesuita olvidando su condición fantasmal, posaba su mirada curiosa y llena de intriga, en cada uno de ellos con viva inquietud. Púsose finalmente de pie entre medio de ambos contertulios, como deseando impedir algún desencuentro mayor. Alfonso regresó al asiento observando a su prima a través de aquella imagen, persistente pero traslúcida.

    —“Quizás Lima me eligió a mí. Yo nunca había vivido en una ciudad. Me deslumbró su alegría. Su ciudadanía. Su movimiento. Su alameda, sus fuentes, su estilo cotidiano y dinámico”.

    —“En Lima me olvidaste”— dijo cortante Desideria

    —“Sí ...Quizás te olvidé... Pero no me daba cuenta. Creía amarte como antes de mi partida. Fuimos criados y educados para amarnos. No para olvidarnos”.

    —“No para dejarnos”— concluyó Desideria poniéndose aún más pálida

    —“Sí. También me dejaste a mí. Te convertiste en la esposa de mi padre, tu tío ...Tu padrino”

    Alfonso la miró de frente. Ambos se contemplaron con altivez y Manuela de pie junto a la puerta quedaría estática. Abrió profundamente los ojos y el negro de su pupila parecía danzar en un mar de luna. La figura transparente del Jesuita puso un gesto adusto, decidiendo oír con mayor atención el final del diálogo.

    —“¿Comprendes el tiempo que había pasado? La soledad de la Merced y mi juventud que amenazaba con irse, lentamente”— defendióse Desideria

    —“¿Y con tu belleza elegiste a un hombre mayor? Recuerdo cómo te solicitaban los muchachos en los elegantes bailes de las Mercedes”— le reclamó Alfonso

    —“¿Crees que un hombre vigoroso de cuarenta y nueve años no es aceptable para una joven? Las madres de otras niñas como yo, lo solicitaban para sus hijas, y llegaban con ellas en forma continua a nuestra Merced. Eso creo, clavó una espina dentro mío, pensando que nuestra casa tendría una ama diferente. Nadie podía pensar viéndolo tan dinámico, que una fiebre tropical durante un viaje comercial al Paraguay, iba a darle fin en forma tan rápida”— y ella bajó la cabeza evidenciando tristeza

    —“Mi ausencia provocó tu decisión ... No lo dudo”— aceptó él

    —“Yo nunca pensé en tomar los hábitos, como hicieron otras niñas con sus novios ausentes. No, ya no tenía sentido. Ya no estaba la Compañía de Jesús como lumbrera mística, especial, dirigente y togada. Daba comienzo una nueva vida, una vida citadina, y aquéllos que queríamos irnos con los tiempos esperábamos dar frutos y vástagos para un devenir, donde la existencia corriente se tornó importante”.

    —“Sí, es verdad. Temí regresar a la Merced después de haberme habituado a una ciudad. Lima había cautivado mis entrañas haciéndome olvidar la paz solariega de nuestra Merced, con todos nuestros recuerdos. Pero regresé a tu llamado con la triste noticia, y ya no te encontré dentro de ella. Te esperé largamente. Pero no regresabas, por ello vine ahora hasta ti, para encontrarte convertida en una citadina nueva”.

    Manuela que se retirara un rato antes, dudaba de acercarse a ellos con otro mate bien cebado. Pero atisbó muy asombrada desde la penumbra del corredor, que los ojos de ambos estaban más calmos. El Jesuita entrelazó sus manos en la toga volviendo a su asiento, y apoyándose en el respaldo de su sillón tallado sonrió con placidez, como si estuviese a punto de recobrar un bien perdido.

    —“Yo vivo ahora en una ciudad dinámica e inquieta— le dijo Desideria —donde un Marqués construye todos los días un mundo como aquél que fuiste a buscar a Lima ...No... Ya no tenemos a Lima, pero vamos a construir aquí la nuestra propia ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué vuelves a abandonarme? ¿Porqué?”

    —“Porque te convertiste en mi madre”— le contestó él

    —“No. Soy la viuda de tu padre, lo cual es muy distinto”

    Manuela entró con una mate renovado. El agua había vuelto a hervir y el aroma a hierbabuena emergía de la bombilla de plata con su fragancia mentolada, endulzando la yerba mate. Alfonso lo recibió con su mano derecha comentando:

    —“Recogí del arroyo que rodea la Merced esta hierbabuena silvestre para traértela, de modo que aromatices a la yerba mate. El mismo arroyo junto al cual paseábamos antes de mi partida. Antes de que los caballos me llevaran hacia la antigua capital de Lima ...¡Por tanto tiempo!”

    —“¿Crees haber vuelto realmente? ¿Estar de nuevo conmigo?”

    Alfonso miró la calle detrás del ventanal enrejado de la sala. Obscura y enfarolada pareciera haberse vestido de fiesta para aguardarlo, con aquellas múltiples luces que hacían diurna la visión nocturna

    ¡De pronto!... un bullicio estrepitoso lo conmovió de asombro. La comitiva de don Rafael María Núñez, el gobernador, pasó a su frente por medio de la calle elegantemente ataviada, luciendo sus trajes celeste y sus blancas pelucas con aire ciudadano. El Marqués regresaba de su gira por la provincia levantando ciudades y caminos nuevos. Y con gran premura, todas las casas particulares encendieron las luces de sus ventanas para recibirlo, decorando aún más ese escenario de calles iluminadas.

    —“Es cierto Desideria... Te abandoné por una calle enfarolada, un carruaje rococó y una peluca blanca. Quise irme con los tiempos y ahora me hallo separado de ellos”— le confesó Alfonso

    —“Cuando amanezca querido primo, te llevaré a pasear por la Alameda de Sauces de la Calle Ancha”— fue la frase final de Desideria y el último mate de Manuela en aquella noche

    La figura togada y transparente, cual sombra indeleble de aquellas pétreas casas de leyenda, donde pervivían los fantasmas jesuíticos, quedó como dueña del salón una vez que todos hubiéronse retirado en busca del sueño.

    ...............oooooooo...............



  2. #2
    Fecha de Ingreso
    27-abril-2019
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    Predeterminado

    Cita Iniciado por Alejandra Correas Vázquez Ver Mensaje

    SOMBRAS Y LUCES
    .................................

    (Parte 2)

    (Siglo XVIII- Córdoba del Tucumán)

    por Alejandra Correas Vázquez

    DIÁLOGOS
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    Manuela sirvió el mate de la puesta del sol. Aromático y menos cargado de yerba. A su alrededor la ciudad de Córdoba, enigmática, sentía la ausencia de Sobremonte. Un manto mistérico cubríala, como retornándola a sus antiguos habitantes, profesores, alumnos, monjes, libros, bibliotecas, aquel tiempo pasado de los jesuitas.

    El perfil aquilino de Alfonso y su frente muy alta, recortábase sobre una pared en punta de esquina. En ese dibujo formado por su sombra, Desideria creyó advertir una nueva figura imprecisable, que pareciera esta vez querer comunicarse con ella y hablarle. O quizás defender sus derechos de habitar en aquella gran casa de piedra ¡Como fuera durante tanto tiempo! Años. Décadas. Centenios.

    Ella lo veía escurrirse, evadirse, esconderse. Siempre aquellas figuras parecían salir de las esquinas de las paredes, como si desde ese límite doble, hubiese una puerta entre dos mundos. No deseando fijar en él su mirada, temerosa de que volviera a huirle, ahora que había logrado retenerlo en imagen aérea y transparente —y ansiando además mantener su presencia entre ella y Alfonso como testigo único— simuló mirar hacia el enrejado de la ventana.

    —“¿No merezco tu mirada?”— le preguntó inquieto Alfonso

    —“Has abandonado todo el año a Desiderita, tu hermana”.

    —“He actuado a favor tuyo, para no apartarla de tu lado”— replicó él

    —“La has abandonado a ella, como antes me abandonaste a mí”—respondióle ella, con firmeza.

    En aquel momento Desideria puso la mirada en los ojos de su primo, para volver a esquivarlo, antes de que fugase el fantasma del Jesuita.

    El silencio envolvente permitió a Manuela traer dos mates seguidos y luego apartarse. La figura aérea y togada comenzó a deambular por el recinto posándose con lentitud sobre uno de los asientos, antiquísimo y tallado, como si indicara que aquél era antaño su sillón preferente. Luego, Alfonso continuaría el tenso diálogo:

    —“Fueron otros tiempos. Demasiado distintos.”

    —“Todo era igual para mí— replicó Desideria —Yo te aguardaba. Era la misma casona natal. La misma Merced. Los mismos mulatos. Los mismos gauchos. El mismo ganado”.

    —“No lo dudo, dentro de la Merced nada podía cambiar”.

    —“¡Pero de improviso te evaporaste como una nube de humo!”

    —“Eran otros tiempos. Eran otros los motivos”— insistió Alfonso

    —“Los caballos del carruaje que te transportaba hasta Lima dejaron sus huellas marcando en el camino, alguna pequeña presencia. Y yo caminaba sobre esas huellas hasta la tranquera donde se perdían por el Camino Real... Pero eran mejor que tu ausencia total. Que el vacío. Que la nada”.

    —“Era una lejanía que yo tampoco había calculado. La decidió mi padre enfrentado con el final del gran Virreinato del Perú, cuando Córdoba dejó de pertenecer a él”— y expresóle aquello con voz vibrante

    —“Pero la Merced aún estaba en pie yo dentro de ella, aguardándote”

    —“¡Queríamos asirnos a Lima! Deseábamos conservarnos junto a ella, como cabeza dirigente. Así lo pensó mi padre y yo lo acepté. Luchábamos por no perderla, como los huérfanos que se rebelan contra el destino irremediable”— Alfonso se había erguido y caminaba.

    —“Tenías que elegir entre Lima y yo... Y elegiste a Lima”.


    Manuela estaba escondida en el corredor, dudosa de servir un nuevo mate. Cuando el silencio se adueñó otra vez del ambiente, acercóse de prisa antregándoselo a Desideria, para tomarla con disimulo, pero fuertemente, de las manos. El Jesuita olvidando su condición fantasmal, posaba su mirada curiosa y llena de intriga, en cada uno de ellos con viva inquietud. Púsose finalmente de pie entre medio de ambos contertulios, como deseando impedir algún desencuentro mayor. Alfonso regresó al asiento observando a su prima a través de aquella imagen, persistente pero traslúcida.

    —“Quizás Lima me eligió a mí. Yo nunca había vivido en una ciudad. Me deslumbró su alegría. Su ciudadanía. Su movimiento. Su alameda, sus fuentes, su estilo cotidiano y dinámico”.

    —“En Lima me olvidaste”— dijo cortante Desideria

    —“Sí ...Quizás te olvidé... Pero no me daba cuenta. Creía amarte como antes de mi partida. Fuimos criados y educados para amarnos. No para olvidarnos”.

    —“No para dejarnos”— concluyó Desideria poniéndose aún más pálida

    —“Sí. También me dejaste a mí. Te convertiste en la esposa de mi padre, tu tío ...Tu padrino”

    Alfonso la miró de frente. Ambos se contemplaron con altivez y Manuela de pie junto a la puerta quedaría estática. Abrió profundamente los ojos y el negro de su pupila parecía danzar en un mar de luna. La figura transparente del Jesuita puso un gesto adusto, decidiendo oír con mayor atención el final del diálogo.

    —“¿Comprendes el tiempo que había pasado? La soledad de la Merced y mi juventud que amenazaba con irse, lentamente”— defendióse Desideria

    —“¿Y con tu belleza elegiste a un hombre mayor? Recuerdo cómo te solicitaban los muchachos en los elegantes bailes de las Mercedes”— le reclamó Alfonso

    —“¿Crees que un hombre vigoroso de cuarenta y nueve años no es aceptable para una joven? Las madres de otras niñas como yo, lo solicitaban para sus hijas, y llegaban con ellas en forma continua a nuestra Merced. Eso creo, clavó una espina dentro mío, pensando que nuestra casa tendría una ama diferente. Nadie podía pensar viéndolo tan dinámico, que una fiebre tropical durante un viaje comercial al Paraguay, iba a darle fin en forma tan rápida”— y ella bajó la cabeza evidenciando tristeza

    —“Mi ausencia provocó tu decisión ... No lo dudo”— aceptó él

    —“Yo nunca pensé en tomar los hábitos, como hicieron otras niñas con sus novios ausentes. No, ya no tenía sentido. Ya no estaba la Compañía de Jesús como lumbrera mística, especial, dirigente y togada. Daba comienzo una nueva vida, una vida citadina, y aquéllos que queríamos irnos con los tiempos esperábamos dar frutos y vástagos para un devenir, donde la existencia corriente se tornó importante”.

    —“Sí, es verdad. Temí regresar a la Merced después de haberme habituado a una ciudad. Lima había cautivado mis entrañas haciéndome olvidar la paz solariega de nuestra Merced, con todos nuestros recuerdos. Pero regresé a tu llamado con la triste noticia, y ya no te encontré dentro de ella. Te esperé largamente. Pero no regresabas, por ello vine ahora hasta ti, para encontrarte convertida en una citadina nueva”.

    Manuela que se retirara un rato antes, dudaba de acercarse a ellos con otro mate bien cebado. Pero atisbó muy asombrada desde la penumbra del corredor, que los ojos de ambos estaban más calmos. El Jesuita entrelazó sus manos en la toga volviendo a su asiento, y apoyándose en el respaldo de su sillón tallado sonrió con placidez, como si estuviese a punto de recobrar un bien perdido.

    —“Yo vivo ahora en una ciudad dinámica e inquieta— le dijo Desideria —donde un Marqués construye todos los días un mundo como aquél que fuiste a buscar a Lima ...No... Ya no tenemos a Lima, pero vamos a construir aquí la nuestra propia ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué vuelves a abandonarme? ¿Porqué?”

    —“Porque te convertiste en mi madre”— le contestó él

    —“No. Soy la viuda de tu padre, lo cual es muy distinto”

    Manuela entró con una mate renovado. El agua había vuelto a hervir y el aroma a hierbabuena emergía de la bombilla de plata con su fragancia mentolada, endulzando la yerba mate. Alfonso lo recibió con su mano derecha comentando:

    —“Recogí del arroyo que rodea la Merced esta hierbabuena silvestre para traértela, de modo que aromatices a la yerba mate. El mismo arroyo junto al cual paseábamos antes de mi partida. Antes de que los caballos me llevaran hacia la antigua capital de Lima ...¡Por tanto tiempo!”

    —“¿Crees haber vuelto realmente? ¿Estar de nuevo conmigo?”

    Alfonso miró la calle detrás del ventanal enrejado de la sala. Obscura y enfarolada pareciera haberse vestido de fiesta para aguardarlo, con aquellas múltiples luces que hacían diurna la visión nocturna

    ¡De pronto!... un bullicio estrepitoso lo conmovió de asombro. La comitiva de don Rafael María Núñez, el gobernador, pasó a su frente por medio de la calle elegantemente ataviada, luciendo sus trajes celeste y sus blancas pelucas con aire ciudadano. El Marqués regresaba de su gira por la provincia levantando ciudades y caminos nuevos. Y con gran premura, todas las casas particulares encendieron las luces de sus ventanas para recibirlo, decorando aún más ese escenario de calles iluminadas.

    —“Es cierto Desideria... Te abandoné por una calle enfarolada, un carruaje rococó y una peluca blanca. Quise irme con los tiempos y ahora me hallo separado de ellos”— le confesó Alfonso

    —“Cuando amanezca querido primo, te llevaré a pasear por la Alameda de Sauces de la Calle Ancha”— fue la frase final de Desideria y el último mate de Manuela en aquella noche

    La figura togada y transparente, cual sombra indeleble de aquellas pétreas casas de leyenda, donde pervivían los fantasmas jesuíticos, quedó como dueña del salón una vez que todos hubiéronse retirado en busca del sueño.

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    ¿...Y? ¿Hay parte I? ¿Habrá parte III?
    La Verdad nos hará libres.

  3. #3
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    Cita Iniciado por tomas0402 Ver Mensaje
    ¿...Y? ¿Hay parte I? ¿Habrá parte III?
    Perdón. Ya encontré la parte 1.
    La Verdad nos hará libres.

  4. #4
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    Cita Iniciado por Alejandra Correas Vázquez Ver Mensaje

    SOMBRAS Y LUCES
    .................................

    (Parte 2)

    (Siglo XVIII- Córdoba del Tucumán)

    por Alejandra Correas Vázquez

    DIÁLOGOS
    ................

    Manuela sirvió el mate de la puesta del sol. Aromático y menos cargado de yerba. A su alrededor la ciudad de Córdoba, enigmática, sentía la ausencia de Sobremonte. Un manto mistérico cubríala, como retornándola a sus antiguos habitantes, profesores, alumnos, monjes, libros, bibliotecas, aquel tiempo pasado de los jesuitas.

    El perfil aquilino de Alfonso y su frente muy alta, recortábase sobre una pared en punta de esquina. En ese dibujo formado por su sombra, Desideria creyó advertir una nueva figura imprecisable, que pareciera esta vez querer comunicarse con ella y hablarle. O quizás defender sus derechos de habitar en aquella gran casa de piedra ¡Como fuera durante tanto tiempo! Años. Décadas. Centenios.

    Ella lo veía escurrirse, evadirse, esconderse. Siempre aquellas figuras parecían salir de las esquinas de las paredes, como si desde ese límite doble, hubiese una puerta entre dos mundos. No deseando fijar en él su mirada, temerosa de que volviera a huirle, ahora que había logrado retenerlo en imagen aérea y transparente —y ansiando además mantener su presencia entre ella y Alfonso como testigo único— simuló mirar hacia el enrejado de la ventana.

    —“¿No merezco tu mirada?”— le preguntó inquieto Alfonso

    —“Has abandonado todo el año a Desiderita, tu hermana”.

    —“He actuado a favor tuyo, para no apartarla de tu lado”— replicó él

    —“La has abandonado a ella, como antes me abandonaste a mí”—respondióle ella, con firmeza.

    En aquel momento Desideria puso la mirada en los ojos de su primo, para volver a esquivarlo, antes de que fugase el fantasma del Jesuita.

    El silencio envolvente permitió a Manuela traer dos mates seguidos y luego apartarse. La figura aérea y togada comenzó a deambular por el recinto posándose con lentitud sobre uno de los asientos, antiquísimo y tallado, como si indicara que aquél era antaño su sillón preferente. Luego, Alfonso continuaría el tenso diálogo:

    —“Fueron otros tiempos. Demasiado distintos.”

    —“Todo era igual para mí— replicó Desideria —Yo te aguardaba. Era la misma casona natal. La misma Merced. Los mismos mulatos. Los mismos gauchos. El mismo ganado”.

    —“No lo dudo, dentro de la Merced nada podía cambiar”.

    —“¡Pero de improviso te evaporaste como una nube de humo!”

    —“Eran otros tiempos. Eran otros los motivos”— insistió Alfonso

    —“Los caballos del carruaje que te transportaba hasta Lima dejaron sus huellas marcando en el camino, alguna pequeña presencia. Y yo caminaba sobre esas huellas hasta la tranquera donde se perdían por el Camino Real... Pero eran mejor que tu ausencia total. Que el vacío. Que la nada”.

    —“Era una lejanía que yo tampoco había calculado. La decidió mi padre enfrentado con el final del gran Virreinato del Perú, cuando Córdoba dejó de pertenecer a él”— y expresóle aquello con voz vibrante

    —“Pero la Merced aún estaba en pie yo dentro de ella, aguardándote”

    —“¡Queríamos asirnos a Lima! Deseábamos conservarnos junto a ella, como cabeza dirigente. Así lo pensó mi padre y yo lo acepté. Luchábamos por no perderla, como los huérfanos que se rebelan contra el destino irremediable”— Alfonso se había erguido y caminaba.

    —“Tenías que elegir entre Lima y yo... Y elegiste a Lima”.


    Manuela estaba escondida en el corredor, dudosa de servir un nuevo mate. Cuando el silencio se adueñó otra vez del ambiente, acercóse de prisa antregándoselo a Desideria, para tomarla con disimulo, pero fuertemente, de las manos. El Jesuita olvidando su condición fantasmal, posaba su mirada curiosa y llena de intriga, en cada uno de ellos con viva inquietud. Púsose finalmente de pie entre medio de ambos contertulios, como deseando impedir algún desencuentro mayor. Alfonso regresó al asiento observando a su prima a través de aquella imagen, persistente pero traslúcida.

    —“Quizás Lima me eligió a mí. Yo nunca había vivido en una ciudad. Me deslumbró su alegría. Su ciudadanía. Su movimiento. Su alameda, sus fuentes, su estilo cotidiano y dinámico”.

    —“En Lima me olvidaste”— dijo cortante Desideria

    —“Sí ...Quizás te olvidé... Pero no me daba cuenta. Creía amarte como antes de mi partida. Fuimos criados y educados para amarnos. No para olvidarnos”.

    —“No para dejarnos”— concluyó Desideria poniéndose aún más pálida

    —“Sí. También me dejaste a mí. Te convertiste en la esposa de mi padre, tu tío ...Tu padrino”

    Alfonso la miró de frente. Ambos se contemplaron con altivez y Manuela de pie junto a la puerta quedaría estática. Abrió profundamente los ojos y el negro de su pupila parecía danzar en un mar de luna. La figura transparente del Jesuita puso un gesto adusto, decidiendo oír con mayor atención el final del diálogo.

    —“¿Comprendes el tiempo que había pasado? La soledad de la Merced y mi juventud que amenazaba con irse, lentamente”— defendióse Desideria

    —“¿Y con tu belleza elegiste a un hombre mayor? Recuerdo cómo te solicitaban los muchachos en los elegantes bailes de las Mercedes”— le reclamó Alfonso

    —“¿Crees que un hombre vigoroso de cuarenta y nueve años no es aceptable para una joven? Las madres de otras niñas como yo, lo solicitaban para sus hijas, y llegaban con ellas en forma continua a nuestra Merced. Eso creo, clavó una espina dentro mío, pensando que nuestra casa tendría una ama diferente. Nadie podía pensar viéndolo tan dinámico, que una fiebre tropical durante un viaje comercial al Paraguay, iba a darle fin en forma tan rápida”— y ella bajó la cabeza evidenciando tristeza

    —“Mi ausencia provocó tu decisión ... No lo dudo”— aceptó él

    —“Yo nunca pensé en tomar los hábitos, como hicieron otras niñas con sus novios ausentes. No, ya no tenía sentido. Ya no estaba la Compañía de Jesús como lumbrera mística, especial, dirigente y togada. Daba comienzo una nueva vida, una vida citadina, y aquéllos que queríamos irnos con los tiempos esperábamos dar frutos y vástagos para un devenir, donde la existencia corriente se tornó importante”.

    —“Sí, es verdad. Temí regresar a la Merced después de haberme habituado a una ciudad. Lima había cautivado mis entrañas haciéndome olvidar la paz solariega de nuestra Merced, con todos nuestros recuerdos. Pero regresé a tu llamado con la triste noticia, y ya no te encontré dentro de ella. Te esperé largamente. Pero no regresabas, por ello vine ahora hasta ti, para encontrarte convertida en una citadina nueva”.

    Manuela que se retirara un rato antes, dudaba de acercarse a ellos con otro mate bien cebado. Pero atisbó muy asombrada desde la penumbra del corredor, que los ojos de ambos estaban más calmos. El Jesuita entrelazó sus manos en la toga volviendo a su asiento, y apoyándose en el respaldo de su sillón tallado sonrió con placidez, como si estuviese a punto de recobrar un bien perdido.

    —“Yo vivo ahora en una ciudad dinámica e inquieta— le dijo Desideria —donde un Marqués construye todos los días un mundo como aquél que fuiste a buscar a Lima ...No... Ya no tenemos a Lima, pero vamos a construir aquí la nuestra propia ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué vuelves a abandonarme? ¿Porqué?”

    —“Porque te convertiste en mi madre”— le contestó él

    —“No. Soy la viuda de tu padre, lo cual es muy distinto”

    Manuela entró con una mate renovado. El agua había vuelto a hervir y el aroma a hierbabuena emergía de la bombilla de plata con su fragancia mentolada, endulzando la yerba mate. Alfonso lo recibió con su mano derecha comentando:

    —“Recogí del arroyo que rodea la Merced esta hierbabuena silvestre para traértela, de modo que aromatices a la yerba mate. El mismo arroyo junto al cual paseábamos antes de mi partida. Antes de que los caballos me llevaran hacia la antigua capital de Lima ...¡Por tanto tiempo!”

    —“¿Crees haber vuelto realmente? ¿Estar de nuevo conmigo?”

    Alfonso miró la calle detrás del ventanal enrejado de la sala. Obscura y enfarolada pareciera haberse vestido de fiesta para aguardarlo, con aquellas múltiples luces que hacían diurna la visión nocturna

    ¡De pronto!... un bullicio estrepitoso lo conmovió de asombro. La comitiva de don Rafael María Núñez, el gobernador, pasó a su frente por medio de la calle elegantemente ataviada, luciendo sus trajes celeste y sus blancas pelucas con aire ciudadano. El Marqués regresaba de su gira por la provincia levantando ciudades y caminos nuevos. Y con gran premura, todas las casas particulares encendieron las luces de sus ventanas para recibirlo, decorando aún más ese escenario de calles iluminadas.

    —“Es cierto Desideria... Te abandoné por una calle enfarolada, un carruaje rococó y una peluca blanca. Quise irme con los tiempos y ahora me hallo separado de ellos”— le confesó Alfonso

    —“Cuando amanezca querido primo, te llevaré a pasear por la Alameda de Sauces de la Calle Ancha”— fue la frase final de Desideria y el último mate de Manuela en aquella noche

    La figura togada y transparente, cual sombra indeleble de aquellas pétreas casas de leyenda, donde pervivían los fantasmas jesuíticos, quedó como dueña del salón una vez que todos hubiéronse retirado en busca del sueño.

    ...............oooooooo...............


    La figura togada y transparente, cual sombra indeleble de aquellas pétreas casas de leyenda, donde pervivían los fantasmas jesuíticos, quedó como dueña del salón una vez que todos hubiéronse retirado en busca del sueño.
    No advertí que con esta frase la autora daba rienda suelta a la imaginación de cada lector. Pido disculpas.
    La Verdad nos hará libres.

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