AMENOFIS EL MAGNÍFICO
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Alejandra Correas Vázquez

Todos conocemos a Lorenzo de Medici el Magnífico. Gran príncipe renacentista.. Su equilibrio, su tolerancia ...Pero sin él saberlo (porque Champollion que leería los jeroglíficos nacería cuatro siglos después)... tuvo un antecedente en el faraón Amenofis III el Magnífico.

Un gran estadista y padre de Akhenatón, el amado de los dioses por toda la fortuna que ellos le prodigaron, fue el primero en edificar un templo a Atón, deidad inaugurada por su padre el faraón pacifista Tuthmosis IV de la dinastía XVIII. Asimismo fue el primero que organizó su cuerpo de sacerdotes, pero evitó —al contrario que su hijo— manifestar tendencia alguna al monoteísmo.

Todo indica que el gran Amenofis era partícipe del pensamiento heliopolitano donde el sol Ra era llamado “Uno, Pluriforme y Multicambiante”, como el Logos Solar o Círculo Atón, bajo el cual viajaba Tuthmosis IV de acuerdo a sus inscripciones: “llevando al Atón por arriba de él”. Amenofis III lo heredó de su padre edificando el primer templo a Atón, como también su primer cuerpo sacerdotal. Y más adelante lo legó a su hijo, quien creó una revolución completa en torno suyo. Pero Amenofis III no participaba del imperialismo monoteísta internacional, con la abolición de todos los demás credos, tema que sería particular de Akhenatón, anticipándose a musulmanes y cristianos.

Para Amenofis el Faraonato debía ser el centro político de todas las naciones, con el mismo concepto de la posterior Roma. Y como ella, los dioses extranjeros eran “dioses del imperio”, tal cual los césares iban a definirlos. De modo que sin ningún atisbo de permeabilidad en cuanto a su creencias propias, el faraón magnífico se postró delante de todos los dioses que tenían los hombres, como una parte esencial de su política internacional. Juró ante sus ídolos extranjeros para lograr acuerdos de paz, que eran ante todo comerciales. Razonaba fríamente como un ario (tal cual era su madre una princesa mitania o sea irania, persa) pero siempre sería un oriental astuto, estando además rodeado de fenicios por medio de su esposa.

Toda su personalidad nos invita a creer que no creía en ninguno. Cuando no se tiene un dios propio, una fe propia, es porque no se tiene ninguna. El era sin duda un escéptico en materia de creencias y con su actitud (algo semejante a la de los romanos cultos) es posible imaginar que fuese interiormente un ateo. Más que nada un escéptico. Quizás en sus adentros se burlara de todos ellos, como lo haría en el futuro Luciano de Samosata, quien ridiculizó a sus propios dioses.

Pero los dioses le fueron de una gran utilidad práctica en su juego gubernamental. Demostró con los reyes vecinos un exagerado politeísmo, que siempre iba acompañado de tratados económicos, diplomáticos o fronterizos. Hizo extensible su “piedad religiosa” incluso hasta el terrible dios ario Nerik, “Dios Hitita de las Tormentas”. El mismo Thor de la mitología escandinava. Los hititas a su vez hablaban alemán, como lo descubrieron los arqueólogos de esta nacionalidad (Grozny era bohemio educado en Viena quien halló la identificación) que tradujeron sus textos, redactados en letras cuneiformes. Su rey tenía además el título de “Zar”, así exactamente, lo que crea un curioso antecedente que rompe con tradiciones cesarianas largamente explicadas.

Cualquier osadía que mantuviese en pie el trono faraónico era aceptable para Amenofis III, como el admitir también dentro de Egipto templos fenicios con sacerdotes propios. Esta variabilidad religiosa confirma en él su astucia y diplomacia, que fue su gran testamento político, e hizo pública su tolerancia de las creencias. El conocía a los hombres en todas sus debilidades, por ello supo entrever que la fe religiosa era una de sus principales motivaciones, de modo que admitió a todos sus dioses por extraños que fuesen, a fin de lograr beneficios para Egipto.

Comprendía que el espíritu mágico y mitológico de sus súbditos los obligaba por entero. Y como un árbitro internacional usó de esta fuerza con amplitud, pues tenía todas las condiciones gubernamentales de un César romano y fue de tal modo un precursor de ellos. El intelecto complejo de Amenofis el grande, que se advierte en el substrato de todo su gobierno, fue acompañado de esta tolerancia religiosa que constituyóse en la clave de su poder internacional. El dejó a los hombres y a sus naciones vasallas, con todos sus rituales, y en ese juego psicológico les creó el gran mito del Faraón.

De forma tal que aquellos reyes vasallos le llamaban “Mi sol” y a su muerte lo deificaron, enviando a Egipto notas curiosas de inmenso dolor, incluso de los bárbaros hititas.

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