Otro capítulo le dedico al excandidato a vicepresidente Índio da Costa, que no es pastor sino uno de los jóvenes políticos derechistas asociados a la banda y lidera el partido por el que Flordelis fue candidata, que tiene el descaro de llamarse PSD, por socialdemócrata. Esa “socialdemocracia” que también se hace llamar “liberal”, pero está en contra del Estado de bienestar social y de las libertades sexuales y reproductivas, entre otras. Y que, ya que estamos, apoya a un presidente fascista. Índio y Flordelis tienen tantas fotos y videos juntos que al pobre le va a costar que desaparezcan. Hablo de ellos en el libro y de varios otros de su “calibre”, porque no se puede explicar la tragedia actual de Brasil sin hablar del crecimiento de esta mafia que se infiltró en la política y los medios y hoy es parte del sostén ideológico y de la red que articula la base social del presidente.

Antes de ser su marido, Anderson era su hijo. Un drástico cambio de papeles. Cuando ella tenía 30 años y él, 14, el chico se fue a vivir a su casa

Flordelis y Anderson, el muerto, eran una extraña pareja, que simboliza en su propia historia todo lo que esta mafia representa. La familia tradicional de la que tanto hablan, y así los presentaban, como ejemplo. Pero a muchos les faltaba conocer algunos detalles de su bellísima historia de inspiración cristiana y amor a Dios.

Antes de ser su marido, Anderson era su hijo. Un drástico cambio de papeles. Cuando ella tenía 30 años y él, 14, el chico se fue a vivir a su casa, donde la pastora, que entonces regenteaba una iglesia en la favela do Jacarezinho, en la zona norte de Río de Janeiro, alojaba a niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad a los que luego adoptaba como hijos suyos, que se sumaban a los tres biológicos de su anterior matrimonio. También se quedaba con bebés de mujeres embarazadas que no querían tenerlos, y se los daban sin seguir los procesos legales de adopción, para que ella los anotara como propios.

A Anderson nunca llegó a adoptarlo legalmente, aunque lo crió como hijo. La primera novia del chico fue otra de las “hijas” de la pastora diputada ejemplo de caridad cristiana, hasta que creció un poco y se lo quedó para ella. Se casaron y estuvieron juntos durante 25 años, compartiendo no solo la cama –con más gente que lo que dice la Biblia–, sino también la iglesia, la política y los negocios. Él también se hizo pastor y llegó a ser citado como posible candidato a alcalde de la ciudad fluminense de São Gonçalo.

Se casaron en 1994, después de un tiempo de noviazgo. Ella, que hoy tiene 59, tenía dieciséis años más que él. Quienes tengan curiosidad pueden sacar la cuenta. Así, quien había sido hijo y yerno de Flordelis pasó a ser su marido y los chicos que antes eran hermanos de Anderson pasaron a ser sus hijos, inclusive la exnovia. Siguieron adoptando otros, ya juntos, hasta que llegaron a tener más de cincuenta. Familia numerosa.

Su fama de adoptadora serial de niños y niñas transformó a la pastora en un ícono. Fundó el Ministerio de Flordelis Ciudad del Fuego y ganó mucho, mucho dinero, que le permitía llevar una vida llena de lujos. Luego fue candidata y accedió a una banca en el Congreso por un partido de derecha (el que lideraba Índio da Costa, de quien cuento en el libro una anécdota muy divertida y a la vez indignante). Da Costa es aliado del presidente Jair Bolsonaro y antes lo fue del alcalde carioca Marcelo Crivella y el obispo Edir Macedo, de la Iglesia Universal del Reino de Dios, a la que dedico uno de los capítulos más largos, porque es una de las organizaciones mafiosas más peligrosas de la ultraderecha pentecostal brasileña. Flordelis, apoyada por Índio, tuvo 196.959 votos en las elecciones de 2018, en las que contó también con el respaldo del entonces senador y también pastor Magno Malta, una de las personas más cercanas a Bolsonaro durante su campaña presidencial, aunque luego su exasesora Damares –una de las inventoras de la fake news del “kit gay”, a principios de la década pasada– le robó el ministerio que quería para él y lo dejó afuera del gobierno.

La cadena Globo entrevistó a una testigo que asegura que Flordelis ofrecía sus hijas adoptivas a pastores pentecostales extranjeros que visitaban Brasil

Una curiosidad que tiene mucho que ver con esta historia: Magno Malta, que grabó vídeos de apoyo a la candidatura de Flordelis, era conocido fuera del Congreso por sus campañas contra el matrimonio gay y la pedofilia, que ponía siempre juntas en sus discursos, como si hubiese alguna relación entre ambas cosas. Acusar a los homosexuales de pedófilos es una de las taras de la mafia evangélica brasileña, compartida por el presidente. Pero, dentro del Congreso, Malta era más conocido por llevar en su notebook una colección de videos con pornografía infantil.

La diputada pastora amiga de Magno Malta y de Índio da Costa era siempre presentada, por su colección de hijos adoptivos, como un ejemplo. Los políticos de ultraderecha corrían a sacarse fotos con ella para la campaña. Un alma caritativa, una heroína, un pan de Dios.

Encima, ¡también era cantora gospel!

Pero la verdadera historia es un poco más tenebrosa.

La cadena Globo entrevistó a una testigo que asegura que Flordelis ofrecía sus hijas adoptivas a pastores pentecostales extranjeros que visitaban Brasil, para que tuvieran relaciones sexuales con ellas. Era “una forma de recepción” de las visitas de la iglesia, o tal vez un servicio de prostitución sagrada, como Dios manda en algún lugar de la Biblia que ahora no recuerdo. También hay testimonios que indican que Flordelis y el marido asesinado, que antes fue su hijo y su yerno, se acostaban con otra de sus hijas adoptivas –ex hermana de su padre– y participaban juntos de “largas noches” en casas swing. La noche anterior al crimen habrían estado allí. Una de las personas entrevistadas, que mantuvo su identidad en secreto, contó que llegó a vivir con ellos y que “era perceptible que mantenían relaciones sexuales entre hermanos, padre e hija, madre e hijos. Era nítido, notorio, inclusive contado por ellos mismos”.

Pero los promiscuos, ya se sabe, somos los gays.

Agentes de Satanás, peligrosos para los niños.