Iniciado por
Loma_P
Ante el Fin de los Tiempos y ofertando una salvación sin requisitos como saber leer o ser libre, el cristianismo se extendió por su zona originaria primero entre los cercanos y después entre los pobres. Los Evangelios, y resulta mareante pensar cuántas deturpaciones, manipulaciones o reescrituras han sufrido, ya están muy alejados de la figura originaria cuando se redactan: se entrevé pero transformada en el Dios sin tiempo y no el anunciador del final inminente, es un dios más vinculado a las tradiciones mistéricas que al judaísmo; no es éste el lugar, pero resumamos: la información intencionadamente velada evoca un enfrentamiento entre los primeros judeo-cristianos y los neoconversos greco-cristianos del autodenominado “poca cosa” Saulo de Tarso (“Paulus”, muerto cuarenta años después que Jesús); el Vaticano es más heredero del pablismo que del jesuismo, de pronto un intermediario con conexión divina desbanca la autoridad de los testimonios directos, queda a un lado el hombre que venía a hacer justicia para Israel y se eleva el Hijo connatural de Dios inspirado por el Espíritu Santo.
En el 313 el “Edicto de Milán” de Licinio y Constantino tolerará en Roma el cristianismo; será Teodosio en el 380 con el “Edicto de Tesalónica” quien vincule a Roma con el cristianismo oficial y definitivamente, por medio queda la oscura historia del asesinado neopagano Juliano el Apóstata y curiosamente la lucha contra la supuesta herejía de Arrio que niega la naturaleza divina de Jesús (tampoco le debió ser agradable echar las tripas por diversos orificios, supuestamente como señal de castigo divino tras el Concilio de Nicea, inicio del catolicismo). Constantino ni siquiera se bautizó, cuentan que lo hizo en el lecho de muerte por si acaso, su vida no fue un modelo de piedad; su madre Helena, tres siglos después de la muerte de Jesús encontraría en Tierra Santa intactas buena parte de las reliquias venerandas de hoy y señalaría los lugares santos como quien pone nombre a las calles.
Me gusta la historia del documento conocido como “Donación de Constantino” por el cual el Imperio se cedía a la Iglesia; a mediados del siglo XV Lorenzo Valla publicó sobre las incongruencias filológicas, el latín y los términos usados no eran de aquella época; y las inconsistencias lógicas, se hablaba hasta de ciudades no fundadas aún como si ya existieran. Kilómetros de cruz original, miles de espinas, pellejos variados de prepucios, cientos de clavos y documentos dudosos… Saquen conclusiones.
El verdadero cambio de era del siglo I se produjo, pues, a posteriori, tres siglos más tarde, y ha sido consolidado como una realidad durante otros mil setecientos años. Cualquier erudito leedor, lectora avezada, sabe algo sobre la deriva histórica de dogmas inventados para mayor gloria de los dominantes a fuerza de hierro candente: la Inmaculada Concepción o la Naturaleza de Cristo, la resurrección en cuerpo y alma, la transmisión del pecado original, la existencia o no del Mal, la infalibilidad papal o su poder político como Rey de Reyes… han sido “discusiones” sangrantes. Ni siquiera la cruz latina es un símbolo originario cristiano, como tantas cosas se le atribuye a San Agustín la explicación según la cual era así como crucificaban los romanos e hizo los primeros escarceos perifrásticos acerca de su simbolismo (ya vimos en el capítulo de Platón sobre el Símil de la Línea cómo la cruz latina se corresponde con una representación de la totalidad de lo real a través de la proporción áurea).