Ella dijo que sería más fácil si nos veíamos y platicar al respecto, tres días atrás me había hecho a la idea de no saber más de ella.

Conocer a tu "alma gemela" es un evento que no cualquiera puede sobrellevar, pero si le sumas el factor digital y el Tabú de hace diez años a conocer en persona a alguien con la que solo chateas. Yo también estaba nervioso. Las interacciones sociales con algunas personas pueden ser adictivas.



Y aunque siempre fue muy clara en su "felizmente casada" y yo jamás me interese mucho por su físico, género o si era real... Pasó.

Prevaleció un lenguaje mudo bajo el reloj de metro chabacano, una larga mirada que estudió con atención los detalles, miradas pícaras y una chispa pequeña. Pronto los dos nos hicimos cómplices. Sonrió dulcemente y apunto a las escaleras, respondí con un gesto caballeresco y una ligera reverencia.



Caminamos como si supiéramos a dónde íbamos, directo a los brazos de lo que parecía el destino. Entonces me sujeto de la muñeca y dio un tirón, haciendo que la siga a cruzar el umbral de un letrero neón de cinco letras que prometía anonimato y cobijo a los aventurados.

No recuerdo haberla escuchado hablar con nadie, solo hizo una pausa, deslizó algo por debajo de una rendija y le devolvieron una llave pequeña sujeta a un enorme llavero blanco que fácilmente era 4 veces el tamaño de la llave.

Entonces caí en cuenta de dónde estábamos, el corazón comenzó a golpetear salvajemente con cada paso que dimos desde la recepción hasta el 006, habrán sido 5 o 6 metros por un semi oscuro pasillo con alfombra desgastada. De nuevo un tirón en la muñeca, crucé otro umbral a un lugar oscuro y con olor a lavanda. La puerta cerró violentamente detrás de mí.





Era una charla corta con una excelente excusa para conocernos de manera breve en caso de situación incómoda, pero sin quedar mal.



El aporreo salvaje de la puerta rompió el encanto, pasaron horas en lo que para mí fue mirarnos a los ojos mientras nos comunicábamos a espasmos. Apenas y un instante. El reloj decía que habían pasado 6 horas. Ni los bomberos se alistan tan rápido para salir como hicimos nosotros.

Esas calles para volver al metro quedaron atrás en pocas zancadas. El punto muerto llegó. Ella iba en una dirección distinta a la mía. Ni siquiera volteo a verme, siguió su camino, bajo las escaleras y la perdí de vista.





Quedé con una sensación de vacío, como si hubiera perdido lo único que valiera la pena.

Pasé 2 días esperando que hiciera contacto y sin bañarme con la estúpida idea de conservar su esencia en mi cuerpo.

Al 3 día renuncié a esa idea y llame, su teléfono enviaba a buzón y jamás la encontré en línea.

Entonces llamó, tartamudeo, exudaba nerviosismo, las palabras le rehuían. Pero a mí no, "no te preocupes... No pasa nada... No necesito explicaciones..." A lo que respondió: "No es eso, creo que sería más fácil vernos y platicar..." "Claro", la cita se acordó.



Del otro lado de la ciudad, cerca de su casa. En una cafetería bonita de esas con presencia en todo el país.



Las personas que se presentaron a esa primera cita distaban mucho de los presentes a la segunda. Fría, calculadora, un tanto mordaz, ágil de pensamiento e inteligente. Me tomó por sorpresa esa mujer madura que no dejaba de remarcar los casi 10 años de experiencia que nos separaban. Algunos sorbos de café después respondía con sarcasmo e ironía a los que respondió con albures, por suerte para mí el doble sentido siempre ha estado de mi lado.



Ella acostumbrada a ganar las discusiones y yo había dejado de ceder terreno en el reciente divorcio, fresco en la memoria y también en el calendario. Quiso abrumarme con las toneladas de libros leídos y citó y citó y citó de tal manera que el final de Romeo y Julieta se hizo un enorme debate.

Las letras del bardo son unas aguas que navego desde muy temprana edad, las cuales podría cruzar con los ojos cerrados en ida y vuelta. Pero alguien no quiso creerme...

De nuevo el principio del fin.

Su casa, el sofá, la mesa de la cocina, la alfombra frente a la chimenea, sus pies como manecillas del reloj apuntaron a las 10 y a las 2, 12 y 5, 8 y 12, 7 y 5... Cuándo el reloj se acabó pasamos a las otras dónde ella manejaba a su antojo, imponía ritmo y moría después de algunos minutos.

Ambos fumadores, pero yo corría y mis 24 fueron más que suficiente para sus 30 y tantos...

Fueron dos cosas en las que jamás me pudo dar la vuelta, libros y buen sexo, pero lo intentamos muchas veces.

Siempre me pregunte si aquella primera vez en su casa ella ya sabía que no estaba su marido o simplemente tuvimos suerte.


Arde conmigo…
El cielo está en llamas.