A los crucificados, para más deshonra, se les enterraba en una fosa común.

Según los evangelios, no fue éste el caso de Jesús, ya que aparece un personaje, nunca anteriormente citado, llamado José de Arimatea, y se encarga de su entierro.

Dice Juan: “...José de Arimatea, que era discípulo* de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos...”.

A la vista de esto, resulta un tanto extraño que, con la que estaba cayendo, este Juan de Arimatea (miembro noble del concilio) se mostrara tan abiertamente partidario de Jesús, envolviendo su cuerpo en lienzos; con 34 kilos de especies aromáticas y lo enterrara en su sepulcro. No estaba el horno para bollos.

No hay duda que de todo esto se enterarían los sacerdotes y miembros del Sanedrín.

Parece ser un personaje creado para salvar un escollo**.

Y, curiosamente, no se le vuelve a nombrar.

Seguro que la realidad fue otra… pero había que preparar lo de la tumba vacía, los ángeles, las apariciones, etc. Con una tumba común, todo esto no hubiera sido posible.


* Conocido es lo que Jesús exigía para ser su discípulo:
- A los ricos, vender sus bienes y dárselo a los pobres.
- A los demás, ni despedirse de la familia ni enterrar a sus padres.

** “Deus ex machina”.