EL BOSQUE DE BUDA
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por Alejandra Correas Vázquez


La Florida es amada por todos, residentes, viajeros, turistas. Es. un suelo encantado para quienes la transitan y disfrutan, en su calma chicha provinciana y vernácula.

Allí el tiempo parece no transcurrir y se evade sin hacerse sentir. Su nombre suena perfecto para definir una tierra cubierta de flores y llena de un intenso perfume selvático que inunda las habitaciones. Su flora exuberante semeja a un parque Jurásico.

Pero posee una selva baja muy distinta a la del Matto Grosso brasilero, y parece a la distancia como decapitada (corta de altura), debido a los violentos huracanes. Ella es muy intrincada , como si la naturaleza anudándose entre sí misma se defendiera de ellos. También se diferencia en el matiz de los colores. En Brasil los tonos de verde son obscuros, con una fuerza de verde talo. La Florida se distingue por su verde pálido, turquesa, reflejado con exactitud por los pintores de su escuela plástica denominada “Art Decó”. Tendencia a la que yo me adscribí de inmediato. Nosotros los pintores tenemos que hallar nuestro color, nuestro matiz, nuestra herramienta... Yo la hallé allí.

En el camino a Fort Myeres mientras íbamos en grupo para visitar el laboratorio de Edison, me impresioné con ese paisaje floridiano de selva baja que extiéndese hacia el infinito dejando ver todo el cielo en lontananza. Pareciera una pampa gigantesca y verde ¡Pero es una selva! Bandadas de pájaros estaban asentados sobre los lomos de esa arboleda. Me impresionó un grupo de ellos de un blanco níveo, reposando en las verdes copas como si fuera una planicie. En contraste el cielo límpido con su sol deslumbrante, era de un celeste pálido. Pedí bajar del automóvil (que manejaba Giorgio un amigo peruano) y me lo prohibieron, pues los mosquitos de allí iban a devorarme.

Se contempla esa selva floridiana hasta el infinito, cual una pampa de hojas y ramas que no se separan por ningún claro, semejante a una postal pintada por el Duanero Rousseau. Y siempre las aves adornando su superficie en infinitas bandadas blancas, amarillas o azules. Es difícil creer viéndolas, que todavía subsistan en este planeta perturbado por la tecnología, tal cantidad junta de pájaros. Parecieran ignorar el peligro del hombre y sus automóviles, sin huir de ellos con espanto como sucede en mi país, Argentina.

En el camino hacia Fort Myeres yo discutía con uno de mis acompañantes muy pro-yanqui (Juan, argentino) que aquél era un nombre bien español (Myers, Mieres, Mires). Y él respondíame que tal era un apellido inglés, para que al final un tercer viajero más versado en lingüística, aclarara:

——“Es lo mismo. Mieres es un dios celta, como Mayo o Briones Brian, Brand, pueden hallarse en las toponimias y apellidos de España, que de hecho hay numerosas, pero también en los de Inglaterra, Francia, Suiza, Holanda, Bélgica. Pertenecen a su pasado gálico.

La llegada a destino fue impactante al descubrir el “Bosque de Buda” plantado allí por Edison, quien sin duda no llegó a verlo. Para sus experimentos en busca del filamento apropiado con el cual lograr la “lámpara eléctrica” trajo plantas y semillas de todo el mundo. Su inmenso jardín botánico es una joya floridiana. El Bosque de Buda es una especie, un árbol de la India que crece hacia el costado. Va echando ramas hacia los costados y genera una sucesión de árboles en forma de avenida, que son en realidad un solo árbol.

Cuando regresé a nuestra casa comprendí que toda la avenida de árboles en la calle 60 donde vivíamos, casi en esquina con la Avenida Vizcaína (Biscayne escrita allí en buen vasco)… Era en realidad un Bosque de Buda.

Un solo árbol


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