SECUESTRO
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Ahora estoy libre. Deambulo por la ciudad y retorno de a poco a mi auténtica existencia. El mundo es una brecha donde todo cunde a mis brazos, lentamente, pero sin abandonarme.

Ahora estoy libre. El sol emergió en el zénit, aunque la atmósfera ciudadana esté nublada.

Ahora estoy libre. Salí de una nube pentotal, encierro e inercia.
He vuelto a la libertad que siempre buscara. Las calles de mi ciudad natal son nuevamente mías. Mientras los hombres se ofuscan, mientras el citadino se amolda enloquecido al nacimiento de su urbe, yo deambulo.

Estoy libre entre el asfalto de mi ciudad, los rostros de aquéllos que coordinan conmigo y el desfile de colores y líneas que se escurren de nuevo entre mis manos.

Sin llaves que me oculten. Sin encierro... yo vivo otra vez en mi ciudad. Pero también sin él.

Allá... entre la nube de pentotal... él estaba.

Aquí... en mi libertad... él no está.

Surgió en la bruma, en el confín, en los límites del mundo. Y se apoderó de mí una tarde sin consultarme, llevándome consigo hasta ese apartado refugio a donde ambos, según él, debíamos preservarnos. Así de improviso me alejó del conflicto, de la lucha y el sinsabor. Creó un mundo ideal para mí. Pero donde yo no tenía libertad.

Entonces me evadí huyendo de él, pude cruzar ese largo espacio entre su refugio y mi ciudad, volviendo mi espalda a toda esa armonía solitaria que a su lado me envolvía... Y al retornar a mi vorágine ya no tengo su presencia.

Un misterio americano estaba en cada uno de sus actos. Un cielo de cobre. La serpiente con plumas de quetzal, una esfinge maya viviente. El cóndor planeando por las cumbres andinas. El amauta incaico redivivo y solitario, sobre las pampas del altiplano.

Un elegido o predestinado. Un rostro cubierto de magia y misterio a través del cual, emergía su figura plena de un espacio propio. Y por ello me fasciné con él. Aquella mirada suya me hablaba de una tierra americana distinta, la oculta, la pasada, la adormecida o destruída. Mientras a su lado mirando en su derredor, yo buscaba ansiosa un resquicio posible para mi evasión

Pero él... él... continúa vivo cual cóndor que planea sobre mi ciudad, como una efigie de cobre sobrevolando sin asentarse, sobre nuestro opaco cielo citadino cubierto por humo de motores.

Y desde allí me observa y vigila, sin atreverse otra vez, a limitar mi libertad.

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Alejandra Correas Vázquez
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