¡Claro que sí! En ese rincón del vago mis cuates y yo solíamos pasar las tardes jugando la cáscara, las cartas, cotorreando, pisteando a veces, aventándonos un tiro a ver quién era más chipocles o galaneando con las morras del barrio. Uno que estaba pal perro pero tenía labia conseguía ligar. Buenos tiempos allá por el centro de Iztapalacra.