Una súplica es una súplica, no importa el idioma en el que la escuches, sonará igual. Es demasiado común ver a una mujer llorando de rabia e impotencia, tantas madres, hermanas e hijas perdidas... Cuando las lágrimas vienen de gente buena da igual si son hombres, mujeres o niños.

Pocas veces la vida te ofrece una rama de olivo para tratar de equilibrar el karma.

Algunos minutos después abordamos rabiosos una camioneta, cuatro adultos y una niña pequeña de 10, quizá 11 años, no termino de entender el dialecto que habla, se cruzan las palabras entre español, sollozo y otra lengua. Los niños son sagrados, meterse con ellos es darle permiso a un sujeto como yo a meterse contigo, probarlas una crueldad con la que solo puedes tener pesadillas.


En breve salimos de la ciudad, subimos por la sierra, gira en pequeños caminos, primero a la izquierda y finalmente a la derecha para llegar a una choza con techo de lámina y un foco que ilumina la parte interior, se llama pobreza y se pronuncia "que poca madre"... Las luces del auto iluminan a un hombre clavado contra la puerta, es pequeño, su ropa es de manta y un huarache aún pende de su pie, su cara es un amasijo sanguinolento, no reconocible obra de algún maldito entusiasta de los machetes.


Adentro la niña llora desconsolada sobre el cuerpo de su madre semidesnuda, debió morir en pocos minutos, el color de la sangre dice que cortaron alguna arteria y más allá un pequeño bulto... Un bebé, era un bebé. Hay cosas que no puedes evitar como la alegría que te inunda el corazón, en este caso son lágrimas de coraje que brotan tras semejante escena Dantesca.



La historia se cuenta sola; matar, violar, dar por muerta. Está niña debió caminar por mucho tiempo antes de que la viéramos acercarse. Repite una y otra vez "el Borras...el Borras..."
Uno de tantos apodos para la escoria que dirige al narco en el estado. Era gente humilde, cuya única comodidad en casa era un foco de 60 watts.

En algún momento se movieron y yo seguí quieto sin poder hacer más que verla llorar. Nadie atina a moverse. Lo primero siempre es lo primero; llamar. Habrá una investigación, con suerte saldrá en las noticias, los amarillistas se darán un grotesco festín.

Espero lo suficiente para que el operador tome nota de la dirección, insiste en saber mi nombre. Iluso. Repito las indicaciones dos veces más para estar seguro de que enviaran a alguien. Colgué y luego apague el teléfono para deshacerme del chip.

Detesto profundamente dejar a la niña sola esperando, pero no hay opción. Por suerte la mierda es fácil de encontrar, solo basta seguir el cagadero, alguien enciende un cigarro en la parte de adelante, no voltea a mirarnos pero nos extiende la cajetilla, todos fumamos.

Llegamos a una casa verde de 3 pisos, bastante lujosa considerando la zona, dos camionetas mal estacionadas, rematadas por música de banda sonando a todo volumen, es casi como si gritaran “Es aquí, es aquí”

Adentro hay de esos gûeyes que se sienten narcos, miados y vomitados, aun no son las 11 y ya no pueden levantarse. Bien, eso nos va a ahorrar tiempo, ahora solo toca encontrar al que tenga las cadenas de oro más grandes, sentado al medio del sequito de miados, aspira coca de la mesita como si no hubiera un mañana, es un maldito cliché. Mientras le sube más al volumen del mejor equipo de sonido que he visto. La canción dice “ando buscando un cabrón para partirle su madre…” irónico.

Yo quiero el final, pido el final, siempre me han gustado los finales felices. Los otros se turnan para hacerle todo lo que pueden “al borras” que vuela de un extremo a otro de la habitación mientras una lluvia de golpes le cae, se levanta para intentar correr y un paso después vuelve a caer al suelo. Entonces se ponen creativos; uno de ellos encontró el machete ensangrentado… corta y pica sobre los músculos, lejos de las arterias que lo llevarían a un final rápido, presta atención especial a las manos, pasando de 10 a fácilmente 20 dedos si no es que más… Cigarros toma su turno, lo primero que hace es poner dos torniquetes que eviten más pérdida de sangre. Luego se encarga de apagar cada uno de sus cigarrillos en la cara y cuello… bien por él, traía más de una cajetilla, ojala guarde algunos para el final.

Al Borras le entra de nuevo el impulso de correr y gritar, pero la música sigue muy fuerte como para que alguno de sus secuaces lo note. Cigarros hace tan buen trabajo que ya casi no hay sangrado, cede el turno al que encontró el martillo, él se enfoca en las articulaciones y hace un gran trabajo, juraría poder escuchar algunos huesos romperse, luego hace algo que nadie esperaba, en un solo movimiento le da un martillazo en los huevos que lo hace gritar por encima de la música.

Finalmente mi turno ha llegado.

Invito a salir a todos con un ademan.
Este momento solo a mí me pertenece.