EL GERMEN
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Lo vimos llegar luciendo su pequeñez en aquella tarde de la siembra. Le mostramos la tierra abierta y a nuestra inexperiencia del trabajo, mostró él su mirada benevolente.

Caminó entre los surcos, pisó la tierra seca y palpó las piedras de la orilla que fueran arrancadas del suelo trabajado. Eran rústicos nuestros surcos. Seco el paisaje. Escaso el río.

Quisimos retenerlo. Le ofrecimos agua de nuestros vasos y palabras que explicaban el esfuerzo. El aceptó los vasos.

Con un niño de la mano y otro en brazos rociamos la tierra. Su dureza aspiraba pronto aquel riego, la sed que contenía lo superaba.

El seguía caminando entre los surcos. Creíamos que se iría.

Al fin vimos que un brote nacía de su cuerpo, coloreaba con él a toda la sequía. El amor de las ranas cantaba junto al río casi muerto. Nosotros continuábamos sosteniéndonos en nuestros niños.

El ciruelo ácido y silvestre floreció un día, sus ramas naturales y sin poda estaban teñidas de gotas blancas. Cada pétalo de cada flor, contenía una humedad nacida del suelo.

Pero el cielo aún no hablaba.

Al amanecer siguiente llegó la lluvia. Llegó la creciente del río y arrastraron la aguas cientos de pétalos. Bajamos para verlo. Cubierto de brotes, él se hundía en los surcos.

Desde entonces podíamos regresar tranquilos al interior de nuestra casa. El cielo lograba lo que no lograron nuestros esfuerzos. El quedaba con nosotros, germinando la tierra.

Pero al llegar adentro una Voz interna, nos dijo:

—"¿De dónde nace la lluvia, del cielo o de la tierra?...¿Habría llegado sin nuestro riego con un niño en cada mano?"

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Alejandra Correas Vázquez