-El oro lo escondieron los paganos.
Los duendes más inquietos de los bosques me dicen los secretos de la tierra.
-El oro lo escondieron los paganos.
También, en las aldeas, los más viejos lo dicen a la brisa, cuando pasa. Y el oro lo escondieron los paganos: son siglos y milenios de leyenda, de duendes que se burlan de nosotros.
Y hay duendes que se burlan de nosotros. No en vano, mucha gente busca el oro, y el oro ya no existe, solo es cuento. Son muchos los que están buscando, en vano, riquezas en los castros y los montes, y el caso es que no hay oro en parte alguna. La gente busca un oro que no existe, después de que alguien pudo encontrar algo: los restos de unos tiempos que son polvo.
Tal vez ese tesoro es más dichoso que el oro de las viejas tradiciones: viajar a aquellos tiempos ancestrales. Y amamos esos tiempos ancestrales a costa de querernos a nosotros, pues somos el reflejo de esa gente. En ellos y en su sangre está el espíritu, la fuerza del ayer y la pureza que corre por las venas de los nuestros.
También me dicen, yendo de paseo, los duendes que los viejos megalitos nos dan un testimonio impresionante: habría marineros que viajaban, entonces, desde un mar como el Cantábrico, buscando los metales más curiosos. Llegaban a las islas Kasitérides, abriendo nuevas rutas al comercio, jugándose la vida en la aventura.
¿Jugándose la vida en la aventura? Hablamos de unos tiempos tan lejanos que el viaje es impensable en aquel tiempo. Y, en cambio, ellos viajaban y cruzaban los mares hacia aquella zona inhóspita, sedientos del estaño y de riquezas. Y hablaron, en lejanas geografías, con tribus diferentes, con sus jefes, con hombres cuyo nombre no está escrito.
Y todo se perdió con su misterio, mas quedan, de esas épocas pasadas, enormes construcciones asombrosas. Los duendes ya las vieron hace siglos, quizás algún milenio, pues conocen secretos que no habrán de decir nunca: no quieren confesaros lo que saben, no gustan de entregar, como un regalo, valores que ellos guardan con gran celo.
Mas queda la poesía evocadora. Decidle a la poesía evocadora que traiga la memoria ante vosotros. Decid a la poesía evocadora que pinte ante nosotros a esas gentes, si es cierto que su sangre nos habita. Quizás son esas gentes de una Atlántida que ya citó Platón cuando era tiempo, después de muchos años de perdida.
-El oro lo escondieron los antiguos.
Los duendes saltimbanquis se aceleran y gritan con su voz enajenada.
-El oro lo escondieron los antiguos.
Lo dicen esos libros cuyo polvo no quiere olvidar hechos del pasado. Y el oro lo escondieron los antiguos, las gentes de esos siglos sin memoria, quién sabe si temiendo a los ladrones.
Después de aquella gente de los dómenes, después del bronce y todo su misterio, llegaron de otras zonas otros pueblos: los castros los poblaron, desde antiguo, los celtas -si son celtas-, desde el Hierro, montando sus caballos y en sus carros. Y, luego, como un viento malhadado, llegaron los romanos con sus voces, haciéndoles la guerra, conquistándolos.
Y, al fin, tras los combates, la derrota le quiso devolver paz a los ríos, la calma a los arroyos de los bosques. Y oyeron que los pájaros, de nuevo, llenaban con sus trinos las laderas pobladas por los árboles callados. Y todo fue silencio en nuevos siglos, dormidos como el agua del estanque que sueña ese futuro en Covadonga.
Y el oro lo buscaron, en la aldea, los viejos campesinos del medievo, la gente del ayer y la presente. Y el oro lo buscaron los arqueólogos, queriendo conocer trazos de historia, perdidos como el agua de la lluvia. Y el oro lo encontraron los poetas que escriben, como duendes, esta historia, después de caminar por la arboleda.
Decidme que hay verdad en cada verso.

2020 © José Ramón Muñiz Álvarez