EL MARQUÉS DE SOBREMONTE Y LA NIÑA (siglo XVIII)
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5 — EL GOBERNADOR
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En la sala el Marqués abría su cajita de rapé. Caminaba con los taquitos de aguja y las hebillas algo golpeadas y embarradas por el viaje. Veíanse abrojos en las puntillas de sus puños. Asomaban espinas de “amor-seco” por los faldones bordados de su elegante casaca celeste. Su blanca peluca lucía torcida y alborotada. Toda su indumentaria iba reflejando el desorden del viaje sin descanso, por su gusto en bajarse del coche para caminar en plena naturaleza entre medio de los churquis.

Pero él continuaba con aquel traje incomodísimo, con sus pasos retumbantes sobre el ladrillo del piso de la sala desgastado de tiempo, hablando en forma continua con su diálogo inacabable. Como si la Pampa de Achala, la Pampa de Pocho, la Sierra Grande o las barrancas del río Suquía, tuviesen el brillo y la tersura de los mármoles de Versalles.

Para aquel Marqués borbónico, París siempre valdría una misa...

La Provincia del Tucumán ya no existía, porque ese gran Tucumán de antaño ya estaba desmembrado. Tampoco existía más el inmenso Virreinato del Perú cuyo territorio extensísimo abarcara en los siglos pasados, hasta la expulsión jesuítica, casi un medio continente... y ahora hallábase dividido en tres virreinatos menores, en dimensión y fuerza política, como los años iban a demostrarlo.

Lima, la capital amada, había dejado de alumbrarlos con su faro de elegancia soberana. Los Jesuitas que en los siglos anteriores habían transformado este “Incógnito Regno” del Tucumanao (o sea frontera tucumana) en un emporio productivo, creando la primera universidad (Universitas Cordubensis Tucumanae) del cono sur sudamericano... estaban expulsados. Este territorio que el Marqués de Sobremonte recibió en sus manos, hallábase en plena decadencia.

¡Pero los cordobeses y los cuyanos sí existían para Don Rafael!... quien había sido nombrado gobernador de la nueva provincia llamada ahora “Córdoba del Tucumán”, que reunía al aislado Tucumanao con las provincia chilena de Cuyo, ahora ambas bajo su mando. Lo cual en el organigrama español habíase convertido en un Marquesado, es decir, una zona de frontera donde él, Sobremonte era su Marqués.

Y estos encomenderos del viejo Tucumán desaparecido, antiguos herederos de Mercedes otorgadas por la Casa de Austria que fueran fieles a los Jesuitas expulsados, veíanlo llegar casi con terror por ser un delegado borbónico...

Para despedirlo luego de cada visita, como a un buen amigo.


5 — FLOR DE LIS
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El padre de Maruca dio una orden secreta a Bartolo y el mulatillo dirigiéndose al comedor, como de puntillas, comenzó a bajar de la pared un gran repujado de plata potosina artísticamente grabado con el águila bicéfala de los Austrias, aunque representado por las características de un cóndor. Algunos medallones también altoperuanos que durante dos siglos venían adornado el comedor principal —y en cuyo centro era fácil adivinar la efigie de Felipe II, a quien los hombres del viejo Tucumán tanto veneraban en agradecimiento por los beneficios que este rey otorgara a su familias— serían asimismo quitados de las paredes.

La mesa estuvo finalmente dispuesta y una fuente con una “Flor de Lis”, que no procedía de España sino de colonias francesas, fue colocada en el medio del mantel de ñandutí... ¡Para homenaje y asombro del Marqués de Sobremonte!

Don Rafael había comenzado por acostumbrarse a esa entrelazada confusión de ideas, con que los hombres del antiguo Tucumán trataban de homenajearlo. Pues eran Indianos ricos y feudales, o sea españoles nacidos en las Indias, hidalgos campesinos solitarios en el corazón de Sudamérica y alejados en este Tucumanao por dos o tres siglos del viejo continente. Y trataban de este modo de allegarse al nuevo mando, a la nueva dinastía española de la Casa Borbón que lo transmutara todo desde el lejano océano. Sus recelos. Sus confusiones. Su desinformación... destacada en esa Flor de Lis colocada allí para su homenaje.

¡Como si él fuese un Gobernador de la Francia de Luis XIV!

En las Altas Cumbres de la serranía cordobesa que antaño formaban parte del Virreinato del Perú, en un lugar tan distante de la historia de su tiempo, todo podía tener su razón, su lógica o su ilógica. Y sería él —Don Rafael— quien iba a amoldarse a ellos, para que ellos se amoldasen a él.

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