UN MELIN CORDOBES

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El Coronel Aníbal Montes, quien fundó el Museo arqueológico de Río Segundo (legando su valiosa colección a la provincia de Cordoba), nos ha hecho una hermosa semblanza de estos aldeanos indios pacíficos y trabajadores, que vivían donde ahora se halla la ciudad universitaria.

Estos amables habitantes —los Suquias— tenían numerosos telares siendo habilidosos tejedores, lo cual junto a la producción de sus chacras (quintas, huertas) y sus sandalias, hicieron posible la sobrevivencia de esta primera oleada inmigratoria ibérica llegada en 1573, quienes a su vez, trajeron a todas sus familias.

Aníbal Montes era un “viejito divino” como le llamábamos los alumnos de Bellas Artes. Nos llevó hasta el Cerro Colorado —que era su pasión— para introducirnos en ese mundo de simbolismo pictográfico de sus afamadas cuevas. Era un mediodía de sol radiante en pleno invierno.

Habíamos llegado en dos ómnibus, mi padre me llevó hasta el sitio de partida (calle San Jerónimo) pagó mi pasaje y el almuerzo correspondiente. Luego se cercioró de la hora del regreso para buscarme a la vuelta. Los profesores viajaban en sus autos privados.

Allí en el Cerro Colorado nos esperaba también el gran músico del folclore argentino: Don Atahualpa Yupanqui. Con el cual compartimos, luego de aquellas larguísimas caminatas recorriendo cuevas tras cueva, cargadas de pictografías, un asado criollo inolvidable. El estaba feliz recibiendo amenamente a los alumnos de Bellas Artes. Y como siempre hacía Don Ata… no cantó.

Aníbal Montes nos dio allí una clase magistral con esa escenografía única. Sentado arriba de una roca (donde él decía estaba el santuario del sol) y nosotros abajo escuchándolo. Cuando se habla de pueblos neolíticos, hay que imaginar más que ver. Este es el caso del Cerro Colorado.

Aún lo recuerdo con su cara de niño y su larga barba muy blanca, semejando por su corta estatura, más a un sabio gnomo de las fantasías gálicas que a un militar. Pero vestía siempre botas y ropa de fajina militar, como si estuviera al mando de una tropa en medio de esa aislada serranía, que aún no recibía visitantes ni turistas. Y esa tropa éramos nosotros, los alumnos de bellas artes.

Este especie de Merlín cordobés nos tenía cautivados. Sabía hablar y cautivar a su tropa, que en este caso éramos nosotros, artistas principiantes. Aun conservo los apuntes que saqué aquel día en un cuaderno a rayas. Allí copie un condor del cerro histórico, que lo puse en el catálogo de una exposición de alumnos. Para mi sorpresa "Mi Condor" apareció más tarde en un afiche de la provincia que publicitaba el turismo al Cerro Colorado.

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