El Dios bíblico es un Dios de amor y de juicio. Tal es su carácter. Dios es amor y por lo tanto ama al mundo y ha dado a su Hijo por nosotros (1 Jn 4:8-9). Pero también es un fuego consumidor (Hebreos 12:19; Deu 4:24). Su naturaleza de perfecta santidad no puede convivir jamás con el mal, sino que, por decirlo así, lo devora. Está siempre en contra del mal. Es decir, que es siempre perfectamente él mismo y actúa en forma que es fiel a sí mismo. Se expresa él mismo tal como es, en misericordia y en juicio.